Abdiquen de su desmedido pánico PP, PSOE, los cuatro ABCs madrileños y demás vigías del trono conjurados en el enterramiento en vida de Juan Carlos de Borbón. La España real no aspira a que la renuncia del monarca desembarque en una república, y mucho menos en una revolución. El objetivo más modesto es salirse del clisé, liberarse de los discursos empalagosos y de las vulgaridades repetidas hasta la saciedad por la Jefatura del Estado. Hay que tomar el Palacio del Kitsch. Por desgracia, los primeros síntomas de la nueva era son descorazonadores.

Desde Nueva York, porque la distancia es el mensaje, Sofía de Grecia no se expresó como Reina-Madre sino como emperatriz imperiosa. Se apropió de la sucesión, que vistió de asunto familiar. Trató a los españoles como si fueran sus empleados. Al menos fue sincera en su arrogancia. Más preocupante resulta el primer discurso del Príncipe-Rey en Navarra. El heredero heredado amontonó los tópicos desvencijados que debe abolir. Felipe de Borbón proclama que "debemos actuar unidos y anteponer el bien común", una frase indistinguible de la prosa de Vicente del Bosque, los gemelos Rajoy y Rubalcaba, los ABCs, incluso David Bisbal. O peor, un mensaje navideño de su padre. Con la letanía salmodiada no generará la ilusión crítica imprescindible para que la Corona mejore el suspenso que hoy le otorga la ciudadanía.

En su desafortunado debut, el Príncipe-Rey prodigó una decena de menciones a la "unión", por ninguna a la democracia. Su padre abdicó con una cita escuálida a "una democracia moderna", como si se avergonzara de su único logro indiscutible por mucho que en ocasiones parezca que le pilló a contrapié. Nadie duda de que Felipe de Borbón está tan preparado para reinar como miles de miembros de su generación. Ya que solo compite consigo mismo, ha de rasurar los clisés de su discurso. Las elecciones europeas han demostrado que, contra todo pronóstico, los ciudadanos que no súbditos están escuchando. La indiferencia abdicó antes que el Rey-Padre.