De la misma manera que las vicisitudes de la Unión Europea son ya política interna para los países miembros porque la UE es cada vez más el nivel federal de nuestros designios políticos, la geopolítica norteamericana nos afecta de forma muy directa porque de ella se desprende el devenir del sistema global, cuyo liderazgo corresponde todavía indiscutiblemente a Washington.

Viene esto a cuento del discurso de Obama del pasado 28 de mayo en la academia militar de West Point, que consolida una línea estratégica ya reconocida por la Casa Blanca, que, en síntesis, consiste en propugnar el mantenimiento de la influencia global de lo Estados Unidos, aunque ejerciendo este liderazgo por vías que no necesariamente deben desembocar en la guerra. Tal influencia habrá de ejercerse a partir de ahora mediante coaliciones internacionales, alianzas, políticas comerciales€ sin renunciar en el límite a las guerras justas y multilaterales (el ejemplo más palmario de éstas sería la Segunda Guerra Mundial). Obama explicó que siempre estará dispuesto a utilizar la fuerza de manera unilateral, y aunque "la opinión internacional importe", nunca pedirá permiso para proteger a sus ciudadanos, a su país o su manera de vivir, si bien la intervención militar será el último recurso, porque "decir que tenemos interés en buscar la paz y la libertad más allá de nuestras fronteras no significa que todos los problemas tengan una solución militar". Como ha escrito Marc Bassets, según esta doctrina "los derechos humanos no merecen, como norma general, una guerra: EE UU sólo debe enviar a sus ejércitos a otros países en ocasiones excepcionales, cuando sus intereses vitales se vean amenazados. Si no es así, ´el umbral para emprender una acción militar debe ser más alto´ y EEUU debe buscar aliados".

En West Point, Obama manifestó a los cadetes y a sus mandos que cuando abandone la Casa Blanca, en 2017, no dejará guerras a sus espaldas. Es decir, se habrá consumado la salida de Afganistán, y Washington no habrá entrado en conflicto en Siria. Con relación a este último país, confirmó que no desplegará tropas en medio de esta "guerra civil cada vez más sectaria" pero sí apoyará a los opositores que ofrezcan mejor alternativa, entrenará a los contendientes amigos, ayudará a los vecinos de Siria que acogen a los refugiados, etc.

Tras esta intervención, muy criticada por los republicanos y por una parte de la opinión pública de su país, Obama ha viajado a Europa, donde ha puesto en práctica sus tesis. Por ejemplo, instando a los europeos a que reduzcan su dependencia energética de Rusia. Significativamente, su viaje ha sido altamente institucional puesto que ha visitado Polonia más como jefe de la OTAN que como líder global y ha encauzado sus análisis a través del G7, que en sí mismo es exponente de las represalias contra Rusia por su anexión de Ucrania (el G8 era la expresión de la cooperación este-oeste, que ahora se ha quebrado).

En buena medida, esta rectificación doctrinal de Obama, que a la hora de la verdad tendrá que adaptarse a la coyuntura en cada caso, constituye una rectificación en toda regla a los antecedentes en Afganistán y, sobre todo, en Irak. La operación en Afganistán fue difícilmente evitable después del 11S de 2001 pero la guerra de Irak constituyó un sanguinario error que poco aportó a la estabilidad y a la seguridad mundiales. Con estos datos, Europa debería ser capaz de adoptar, ella también, una geoestrategia global, idea que acarició nuestro Javier Solana pero que nunca llegó a cuajar ni tiene visos de hacerlo en el inmediato futuro.