Un partido político se mantiene estable y sólido mientras consigue aglutinar todos sus intereses sobre las estructuras del poder efectivo y no ve peligrar la estructura de gobierno y gestión institucional. Sin embargo, desde el momento en que se percibe la pérdida de confianza del electorado y mucho más si el derrame de votos se transforma en grietas de evacuación de cargos, la inquietud se va infiltrando hasta los mismos cimientos de la organización. Entonces, aún cuando los trapos sucios siguan lavándose en casa, el exceso de detergente requerido produce tal cantidad de espuma que, invariable, se contamina todo el ambiente y ya nadie puede amagar el escozor del nerviosismo y la preocupación colectiva imposible de reprimir. Es lo que le está ocurriendo al PP. Hechos cantan. O gritan, mejor dicho, porque lo hacen de forma un tanto desafinada.

José Ramón Bauzá se amparó en el autoengaño al conocer los resultados de las Elecciones Europeas. Dijo y mantiene, por lo menos en público, que el PP había ganado los comicios y que el desenganche de 38.000 registrados no era más que el efecto de unos votantes fieles pero estancados en casa por el efecto de las turbulencias de la crisis económica. Nada de autocrítica. Victimismo y herencia recibida. Pero el president cautivo de las circunstancias no tiene futuro. Se ha excedido en los plazos de autocomplacencia que el mismo se ha marcado. Su propia familia política le advierte de que estos registros, no sólo están agotados, sino que se ha abonado un alto coste por ellos.

José María Rodríguez y José Ramón Bauzá se toleran en la proporción de la compatibilidad de su reciprocidad de intereses, del mismo que el president es compatible con el alcalde de Palma en la medida que Mateo Isern distancia su sombra del Consolat de Mar. Sin embargo, estos equilibrios se resquebrajan de forma progresiva desde el 25 de mayo. Para muestra, la última Junta Regional del PP.

Bauzá, según testigos presenciales, desencajó su rostro al comprobar como Rodríguez y Álvaro Gijón le negaban la victoria electoral proclamada por el president. "No es cierto que hayamos ganado las elecciones, con estos resultados no se gobierna" fue la sentencia espetada para quien no contempla la posibilidad de enmienda en una hoja de ruta personal que transforma en colectiva.

El partido ha devaluado al president por vertido de solvencia electoral. En consecuencia, el afectado deberá reciclarse y estrenar nuevas funciones. De momento, ya cuenta con el encargo de tarea por estrenar con el fin de reparar el daño ocasionado: "Menos gestión y más política para acabar con el conflicto educativo". La marca un PP de Palma que el president tenía por subordinado mientras todavía no le alcanzan los reproches esperados de la Part Forana.

Aún sin reconocimiento, el diálogo llegará y caerá por su propio peso. Lo contrario sería incentivar la ya abundante crispación social y perseverancia fratricida para un PP que ya empieza a agachar la cabeza cuando observa que su president contestado en la calle por mayestático también es abordado en escalerillas de avión y salas de espera.