Todo va tan deprisa, que ya me embarga la nostalgia de los tiempos en que no podíamos. El partido Podemos debería responsabilizarse de la crisis de ansiedad que ha generado en quienes nos habíamos acostumbrado a una situación muy injusta, pero también muy cómoda. Cada arranque de cólera del español sentado venía rematado por el disuasorio "no sirve de nada". Ahora se ha abierto un camino, lo cual nos obliga al esfuerzo de recorrerlo sin saber si disponemos de calzado ni pulmones adecuados.

"Callejón sin salida" puede ser una expresión tranquilizadora. Los campeones de la desesperación hemos sido apisonados con más saña incluso que los corruptos, otros especímenes a quienes reprochamos su hiperactividad asfixiante por encima de su avidez económica. De haber anticipado el fulgurante ascenso de Podemos, nos hubiéramos matriculado en alguna de sus asambleas para reclamar que nos salvaran sin necesidad de dinamizarnos, ese verbo infernal.

Antes no podíamos. La impotencia es sedante, y el brusco despertar nos exige una atención que teníamos abandonada. Nos sorprendemos volviendo a escuchar a los políticos, un vicio que no pensábamos retomar tras el breve paréntesis de la campaña presidencial del debutante Obama. Nos consuela saber que Rajoy lo tiene peor, preferiría perder el poder con sosiego a mantenerlo desde la fogosidad. Ahora ha de desperezarse para responder torpemente a Iglesias, que ni siquiera es forofo de un club definido y le está amargando la Champions. El presidente vivía habituado a Rubalcaba, que le avisaba con antelación de los puntos que iba a abordar en sus críticas con sordina. Y sobre todo, de los que iba a evitar. Costará un tiempo aclimatar a Podemos a la resignación, enseñarles a respetar los fines de semana, festividades religiosas y puentes de guardar. Acostumbrarlos a aceptar que los banqueros siempre han existido, con o sin antifaz. Pero lo conseguiremos, vaya si lo conseguiremos. Nosotros también Podemos.