Hace unos días, mientras hojeaba el periódico escuchando al mismo tiempo la guitarra del genial Johnny Marr en Bigmouth strikes again (una de mis canciones favoritas de The Smiths, y que podría traducirse algo así como "El bocazas golpea de nuevo") pensé en lo apropiado del título de la canción, como banda sonora de varias de las noticias que estaba leyendo. La que más llamó mi atención fue la que recogía las declaraciones de un veterano político francés, Jean-Marie Le Pen, quien durante un mitin electoral afirmó que "el señor ébola puede solucionar el problema (de la inmigración ilegal) en tres meses".

Como ustedes con seguridad saben, el ébola es una gravísima enfermedad vírica. Se caracteriza por fiebre muy alta, graves hemorragias y terribles dolores. Y, según me he informado de forma más concreta antes de ponerme a escribir (ya que no soy médico), en el lapso de tan sólo una semana suele producir en todo el cuerpo una erupción cutánea, frecuentemente también hemorrágica; originando además otras importantes hemorragias en el tubo digestivo, que provocan que el infectado sangre profusamente tanto por la boca como por vía rectal. La tasa de mortalidad es altísima, alcanzando el 90% de los enfermos. Y los pacientes generalmente fallecen en pocos días a causa de un shock hipovolémico, es decir, provocado por la rápida pérdida de sangre. Si añadimos a los anteriores datos que se trata de una enfermedad de la que no se conoce cura ni tratamiento (salvo paliativo), y que las epidemias suelen producirse en África, en zonas muy pobres y, por tanto, con escasos medios sanitarios con los que hacerle frente, podemos hacernos una idea del sufrimiento que miles de personas (adultos y niños), de entre las más desfavorecidas del mundo, están padeciendo.

Pues bien, lo que dijo (y no precisamente entre líneas) el ingenioso monsieur Le Pen es evidente: el ébola, si lo dejamos actuar, solucionará por sí solo y en poco tiempo el problema de la inmigración que invade el primer mundo. El modus operandi, ya lo conocen. Lo llamativo del asunto no es la falta de compasión que muestra el político en cuestión, ni que se haya atrevido a manifestarlo en público y con alarde (eso no es tan raro hoy día). Ni tampoco (aunque algo más) que unos días después su partido, el Frente Nacional, resultara el más votado en Francia, venciendo por amplia mayoría en las elecciones al Parlamento europeo. Lo erróneo es que a individuos así haya quien, por tales ideas, les considere patriotas. Porque, a pesar de las prevenciones del doctor Samuel Johnson hacia el patriotismo, siempre he creído que éste sentimiento (porque se trata de tal) no tiene nada de negativo en sí mismo, al contrario. John F. Kennedy exhortó a que no nos preguntáramos lo que nuestro país podía hacer por nosotros, sino lo que nosotros podíamos hacer por nuestro país. Eso y no otra cosa es, en mi opinión, el patriotismo. Y en esa frase cada uno puede sustituir "país" por "nación", "comunidad", "isla", y hasta "ciudad", ya que todos esos sentimientos patrióticos, desde el más grande al más pequeño „territorialmente hablando„, son respetables y, lo que es más importante, perfectamente compatibles entre sí.

Por eso yo creo que afirmaciones como la de monsieur Le Pen no retratan tanto a un patriota, como a un nacionalista. Porque el nacionalismo, a diferencia del simple patriotismo, necesita enemigos. Y si no los tiene, los busca (o se los inventa, si hace falta). Y es que hay en dichas ideologías un componente de victimismo que, hábilmente inculcado al pueblo a base de repetición y tergiversación histórica, enardece a la masa, siempre deseosa de hallar culpables de la "opresión" a la que se ve sometida (y lo de menos es que esa opresión sea más falsa que un euro de madera, porque hay quien le coge el gusto a eso de canalizar el odio hacia sus presuntos verdugos/culpables; todo menos reconocer que quizá el propio pueblo receptor del mensaje sea el verdadero y último responsable de su propia situación colectiva).

No es la primera vez que se respira ese clima en nuestra historia europea reciente. Durante la primera mitad del siglo XX los nacionalismos contribuyeron en gran medida „junto a otros combustibles„ a provocar dos guerras mundiales; más recientemente jugaron un terrible papel en la violencia que sangró los Balcanes; y ahora mismo planea sobre Ucrania. En todos esos lugares hubo siempre quien previamente había señalado con el dedo a "enemigos del pueblo" „internos y externos„ a fin de fomentar el odio y poder justificar así determinadas políticas que benefician sobre todo a sus dirigentes, con la aquiescencia de unos ciudadanos bien aleccionados.

Pero no hace falta que nos vayamos tan lejos, ni que nos limitemos a escenarios abiertamente bélicos. Muy cerca de aquí, desde hace años, ciertos individuos e individuas (más o menos exaltados) vienen calentando el ambiente, hablando machaconamente de meter en un barco de rejilla y enviar a alta mar a todos los que no piensan exactamente como ellos; mientras lloriquean como plañideras lamentándose de que otros (siempre "otros") son los culpables de la situación de "opresión" que se les ha "impuesto", como si no vivieran en una democracia y en un Estado de Derecho desde hace más de treinta años.

Puede que haya quien considere eso último como chascarrillos sin importancia o incluso divertidos. Pero hay cosas que, por su gravedad, no deberían decirse ni en broma. Porque (además de retratar a sus ocurrentes autores) por ahí se empieza, pero no se sabe dónde y cómo se acaba.