En días tan señalados como éstos resulta imposible desvincular de Mallorca la histórica abdicación del Rey, producida ayer. Por un doble motivo, porque la moderna monarquía española ha desplegado desde la isla una parte sustancial de su significado y peso institucional y desde la otra vertiente, porque la constante presencia estival de la Familia Real en Marivent y La Almudaina han significado una proyección internacional de primer orden para todo el archipiélago balear.

Los estrechos vínculos de Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia con Mallorca son incluso anteriores a la constitución del actual sistema democrático español y por tanto, a la asunción de la jefatura del Estado por parte del Monarca. Se remontan por lo menos a agosto de 1973, cuando la entonces diputación provincial, en una carambola de indudable inversión promocional, decidió ceder a los príncipes de España el uso de los 33.000 metros cuadrados de Marivent que había recibido en 1965 de Ana Marconi, viuda de Juan de Saridakis.

La relación de Juan Carlos de Borbón y su familia con Mallorca se ha consolidado a fuerza de estabilidad y persistencia, pero no siempre ha sido un camino de rosas. En Marivent y en las aguas de la bahía de Palma han pasado sus mejores días de verano quien dentro de pocas semanas será Felipe VI y sus hermanas. Hasta el palacio de Cala Major se han acercado personalidades de todo el mundo durante cuatro décadas y en La Almudaina se han desarrollado actos de Estado del mayor nivel. Pero Mallorca también es el lugar en el que ETA tuvo en el punto de mira, en el objetivo de sus armas, al Rey, la noche del 9 de agosto de 1995 y la isla en la que se desarrolla la instrucción del caso Nóos que ha obligado a comparecen en sede judicial a la infanta Cristina y dejado en situación muy comprometida y apartado de la Casa Real, a Iñaki Urdangarin, unos hechos, estos últimos, sobre los que se esperan decisiones trascendentes de forma inminente y que pueden haber contribuido, entre otras cuestiones, a precipitar la abdicación del monarca. Si la renuncia de Juan Carlos I al trono es un acto de normalidad generacional y madurez institucional, la llegada de Felipe VI no tiene porqué trastocar los vínculos de su familia con Mallorca.

El planteamiento del interrogante no es gratuito. Se oyen demasiados rumores en el sentido de que las complicaciones judiciales „el problema son los hechos, no una instrucción sustanciada„ y la escasa apetencia por Mallorca de quien está a punto de convertirse en la reina Letizia podrían acabar alejando a los inminentes monarcas de Marivent. Sería un considerable agravio para el patrimonio y la tierra que ha contribuido con sus mejores medios y generosidad, a la consolidación de la Monarquía y a su misma proyección internacional. Sólo cabe esperar la continuación de una reciprocidad estable a la que no pueden ni les conviene renunciar a ninguna de las dos partes.