Uno se hace propósitos firmes para comprobar su incapacidad de cumplirlos. El mío de esta semana era escribir un artículo sin mencionar a Podemos, y ya ha aparecido en la segunda línea. Es el problema que tiene leer tanto los periódicos, que al final te contagias. Y luego están las redes sociales, esa ventana que da a la calle para ver pasar al personal creyendo que lo conoces, cuando en realidad distingues vagamente el color de la camiseta. Con Podemos ha sucedido un fenómeno extraordinario en los días posteriores a la jornada de votaciones: la gente se ha puesto como loca a leer su programa electoral. Los que no les han votado, y también muchos, una mayoría diría yo, de los que sí les han votado. Ya está bien que se lea, incluso programas electorales. Y entonces ha sucedido un segundo fenómeno curioso, una transición llamativa que se observa con nitidez en los comentarios y opiniones de lectores en los medios digitales, por ejemplo. El lunes postelectoral fue la jornada de la carcajada, el corte de mangas y la peineta al sistema en las redes sociales. El día del "temblad, temblad, malditos". El domingo la cosa del recuento había acabado tarde, y había cosas más interesantes que hacer a esas horas que descargarte el PDF con las propuestas políticas del vencedor moral de las elecciones. Los que sacaban pecho por los resultados obtenidos, con fundados motivos, eran legión.

Pasada la resaca, aproximadamente a partir del miércoles, irrumpió en escena un nuevo partido político, aún más joven que Podemos, cuya lema era: "yo no he votado a Podemos, pero...". Está formación está constituida mayoritariamente por votantes de Podemos que en los últimos días han encontrado unos minutos para leer su programa electoral. Es de agradecer, porque en España se lee muy poco y cualquier contribución a la mejora de unas estadísticas paupérrimas es bienvenida. Además, el documento se lee con facilidad. Es sencillo, claro, directo y, sobre todo, muy breve. Un signo de nuestros tiempos. Y entonces surge otra paradoja: comienzan los matices de los votantes escondidos, algo incompatible con el populismo, por inteligentes que sean esos planteamientos demagógicos. Al analizar las propuestas se escuchan argumentos de enjundia como: no hay que tomarlo al pie de la letra, es un toque de atención, es un contrapeso, sólo pretende despertar a la gente, es bueno agitar las conciencias... Yo nunca había visto una transición tan acelerada del voto de castigo al voto vergonzante. Esto merece un análisis, al menos en nuestra comunidad autónoma.

Que el PSIB-PSOE esté en caída libre, disfrutando de un viaje que le acerca a unas profundidades insondables situadas por debajo del veinte por ciento de los votos, no le da derecho al PP a hacerse trampas al solitario. El PI no se ha presentado. Como ya vaticinamos aquí, lo de VOX ha sido una broma que no ha hecho ni cosquillas en las plantas de los pies del gigante. El voto a la coalición encabezada por ERC supone un apoyo al mayor desafío que tiene planteado en estos momentos el sistema constitucional español, y sus consecuencias trascienden con mucho las de unas elecciones europeas. IU es chapa y pintura del comunismo de toda la vida, que bebe de un socialismo desnortado y tambaleante. Esto quiere decir que un número considerable de simpatizantes del Partido Popular que han querido castigar al gobierno y no se han abstenido han votado a UPyD y también a Podemos, antes de leer el programa electoral de estos últimos, claro. De lo contrario no salen los números. El martes pasado me crucé a uno de estos indignados del centro derecha recogiendo a sus hijos del colegio, y me confesó su voto a Pablo Iglesias, harto de Bauzá y su gobierno. Miré hacia la verja del patio por donde asomaba una monja, y le pregunté si sabía que Podemos propone eliminar la enseñanza concertada. Y se le heló la sonrisa. También propone eliminar las diputaciones, y aunque no lo dice expresamente suponemos que también sus equivalentes en nuestra comunidad, los consells insulares, porque no imaginamos a estos catedráticos de ciencias populistas reescribiendo su programa en cada comunidad con rotulador de punta fina.

Esto son anécdotas, por supuesto, pero a los dirigentes populares les convendría elevarlas a categoría, porque la hipótesis alternativa es aún mucho peor. Aquí todo el mundo habla de cómo la abstención ha perjudicado a los populares, cuando lo realmente novedoso es la extraordinaria movilización del voto de izquierdas, insólita en unas elecciones de este tipo. No parece que el pueblo se haya puesto en pie para frenar el auge vertiginoso del tándem Rubalcaba-Valenciano, ya renqueante antes de subirse a la bicicleta, sino más bien por otros motivos. Es cierto que la figura grogui de Armengol facilita al PP el análisis del tuerto en el reino de los ciegos, pero mentirse a uno mismo a una año de las elecciones municipales y autonómicas denota una tendencia suicida en la formación política más votada en Balears mucho más preocupante que las ideas de Pablo Iglesias, un joven que pone a ETA como ejemplo de visión política durante la Transición.