Es tarea difícil, como sabemos todos los que hemos llegado a la madurez con suerte dispar y es que, aun teniéndola de cara, no hay tinte ni maquillaje que pueda regresarnos si acaso quisiéramos. Y de aceptar sin dobleces que ya quedó atrás la hora del esplendor en la hierba, procurarse el entusiasmo merced a nuevos destellos, ciertos o perseguidos sin desmayo, exige constancia y, sobre todo, imaginación.

Claro que también cabe la conformidad e irse al parque para dar de comer a las palomas, aunque es una forma de rendición que muchos no aceptarán, convencidos de que sólo las metas, aunque finalmente se revelen inalcanzables, justifican el tránsito. Y estaré de acuerdo porque no hay derrota ni victoria definitivas; se evita la primera mientras exista empeño en perseguir la segunda y, en el ínterin, ¡a por todas! Esto coreaban los de Podemos, la nueva formación política, cuando supieron de su inesperado éxito electoral, mientras que a otros no les quedará más salida que reinventarse o aceptar que, convertidos en antiguallas, la Historia los fagocite. Reinventarse, para el individuo, no supone otra cosa que afianzar acuerdos consigo mismo, sin más ajustes ni demostraciones que las que él mismo se exija para su satisfacción. Sin embargo, el placer solitario roza el patetismo cuando se trata de colectivos u organizaciones cuyo prestigio y credibilidad depende de terceros y, en ese caso, el onanismo frente a unos espectadores que miran hacia otros horizontes en busca de sexo compartido, produce vergüenza ajena.

Por lo menos en el PSOE se reconoció el fiasco, y el congreso extraordinario aspira a ser el modo de reinventar una oferta que se antoja, en su formulación actual, inapropiada y obsoleta. Pero fue escuchar a Cospedal, al ínclito Cañete o a "la bien pagá" Estarás, por remedar la copla de Antonio Molina, y comprobar una vez más el empecinamiento de que hacen gala los de ese Partido por disfrazar los hechos „sea el paro, el aborto, los recortes o los votos„ a la medida de sus deseos, echando en saco roto una palmaria realidad que no tardará en pasarles factura por más que intenten soslayarla argumentando que toda la abstención corresponde a sus votantes o, entre otras lindezas, que peor les ha ido a los de enfrente. El problema con que a mi juicio se enfrentan para su porvenir (que va a llegar, no lo duden, aunque esté por venir) es que, si es cierto que nunca se reinventa de no estar urgido por la necesidad, sentirla como tal, cuando aún es tiempo de reorientar las velas, exige de un talante y una sensibilidad frente a las evidencias que, por lo que puede apreciarse, no forma parte de algunas idiosincrasias.

El caso es que envejecer, se trate de sujetos u organizaciones, no se reduce a un progresivo deterioro desde la aparente estabilidad „intemporalidad„ de unos inicios pletóricos y que parecían inmunes al tiempo, sino que lo es también, envejecer, el empeño por mantenerse inmutable „aunque sea botox mediante„, dando la espalda a una caducidad que no solo figura en el envoltorio (y cuidado, porque a Cañete no le importa hincar el diente en esas condiciones) sino que afecta al contenido que encierran las siglas o el cutis ajado. Y no reconocerlo así puede ser tragicómico en tanto no ocurra la inexorable demolición. Le repetición es la carcoma, como afirmaba Baltasar Gracián (parecía intuir lo que traería consigo el bipartidismo actual), y reiterar iguales tópicos una década tras otra, equivale a cavar la propia fosa.

La precariedad es característica de una modernidad que hace del conservadurismo una entelequia: se estudia para un trabajo que acaba siendo otro; la emigración se convierte en salida obligada para muchos y no solo en el tercer mundo, vivir a salto de mata se ha generalizado en una globalización que, siquiera en teoría, perseguía todo lo contrario, y pocos confían ya en que la cotización de por vida les garantice una subsistencia digna tras la jubilación. Si a escala individual la reinvención „voluntaria o forzosa„ ha cobrado carta de naturaneza, ni qué decir tiene en lo que respecta a colectivos, organizaciones y países. Se cuestionan las viejas fronteras, la imagen de una Europa culta y emblemática se tambalea y su hegemonía, al igual que la estadounidense en lo económico, se bate en retirada frente al empuje de una China emergente.

La democracia ha pasado a ser, para demasiados, un espejismo de lo deseable y, en cuanto a los Partidos que la apuntalan, sus modos y entresijos niegan lo que pregonan. En tales circunstancias y atendiendo al contexto, el cambio, aun a riesgo de fracasar, supone a día de hoy la única salida si todavía albergan aspiraciones de futuro. Porque todo tiene su perfección y, para unas formaciones fosilizadas, a izquierda y derecha, no cabe ya otro recurso. Reinventarse por sobre las caras, los eslóganes y su concepción cartesiana de una realidad cambiante. Reinventarse, en suma, o ceder su lugar a otras propuestas más acordes con los nuevos tiempos.