Hablando en La Sexta con Ana Pastor, Felipe González se mostró abierto a un pacto de gran coalición (PSOE-PP) "si el país lo necesita". Horas después, Rubalcaba y Valenciano se expresaron rotundamente a la contra, actitud consecuente en fechas preelectorales. El expresidente insistió en dar a su opinión un alcance más largo que el de las elecciones y la periodista le hizo reiterarla para no dejar sombras de malentendido. Dado que el PP está invocando su predisposición a lo mismo, los dirigentes socialistas no tienen otra que oponerse para no dar imagen de segundón tras una iniciativa del rival mayoritario en la realidad y en las encuestas. Pero Felipe no es Aznar; ni hace declaraciones molestas para los de su color, ni ha perdido autoridad de auténtico "gurú" en las filas socialdemócratas.

Así que la posibilidad de un gobierno de concentración sigue abriéndose paso en medio de negativas circunstanciales, menos para el último tramo de la legislatura actual que para la siguiente si el resultado de las elecciones internas estorba la alternancia bipartidista. Rubalcaba alega que en la España democrática no hay tradición de esa clase de pactos, lo que no deja de ser un débil argumento porque para instaurar una tradición basta iniciarla con éxito. La recuperación real de la economía y la creación suficiente de empleo van para mucho más largo de lo que proclaman los afines al Gobierno. Acortar el sufrimiento de las capas sociales más vulnerables y recuperar en lo posible los parámetros del bienestar puede depender en parte de la integración de los dos partidos más votados en un solo proyecto de gobierno.

El modelo alemán ilustra su viabilidad sin riesgos de desnaturalización de las partes. Estos acuerdos suelen demorarse hasta las coyunturas exigentes de una salvación nacional. Nada más parecido que eso en el presente y el inmediato futuro, a despecho de las críticas y los réditos de las minorías. Si una de éstas alcanzase la mayoría o fuera capaz de reunirla bajo su liderazgo, nada habría que añadir. En la evidencia de que ese momento no ha llegado ni llegará con las urnas de 2015, la responsabilidad de un gobierno eficiente y estable recae por igual en los que pueden conseguirlo y saben mirar más allá de la pancarta de su partido, como ha hecho Felipe con una conjetura condicional y posiblemente profética. Muchos socialistas que no veían esa concreta salida empezarán a verla como generosa renuncia temporal al derecho de oposición y alternancia que es sustancia de la democracia.