En una de las notas de despedida que dejó antes de pegarse un tiro en el corazón, en Moscú, un día de abril de 1930, el poeta Maiakovski se dirigía a sus compañeros de la Asociación de Escritores con estas palabras: "En el cajón hay dos mil rublos. Úsenlos para pagar mis impuestos. El resto del dinero está en la Editorial del Estado". Me acordé de aquella extraña nota de suicidio „¿quién puede acordarse de pagar sus impuestos cuando va a pegarse un tiro?„ mientras el sábado pasado veía el Festival de Eurovisión. Maiakovski era un revolucionario vanguardista que soñaba con destruir todo lo que fuera burgués y respetable y caduco. El sábado pasado ganó el festival de Eurovisión una mujer barbuda que se hacía llamar Conchita Wurst (Conchita Salchicha), aunque ahora mismo es esa mujer barbuda la que representa todo lo burgués y respetable y caduco que hay en Europa, por mucho que se nos quiera hacer creer que ese personaje simboliza el triunfo de la transgresión (hoy en día no hay tomadura de pelo ni estafa artística ni fraude estético que no reciba enseguida un elogio por ser "transgresor").

Convendría que pensáramos un poco en todo lo que hay detrás de esta supuesta mujer barbuda. Lo que en la época de Maiakovski era tan sólo un deseo o un proyecto más o menos delirante „quitar el sueño a los buenos burgueses, revolucionar todos los estamentos de la sociedad, ponerlo todo patas arriba„, en nuestra época es algo que se hace en Eurovisión o en cualquier otro lugar por el estilo, ante una audiencia por lo general infantil o muy joven (yo vi el festival con mis hijos), o ya bastante mayor aunque quiera engañarse creyendo que es muy joven. Y lo que en la época de Maiakovski habría causado una conmoción social y un gran escándalo y quizá la intervención de la policía y de los jueces, ahora se ve con la mayor naturalidad, hasta el punto de que Conchita Wurst ganó con los votos masivos de los espectadores.

Y aún hay una diferencia mucho más importante: Maiakovski creía en lo que hacía, y cuando se dio cuenta de que la Revolución Soviética ya no le iba a permitir expresarse como él quería, un día se pegó un tiro en el corazón. Conchita Wurst, por el contrario, no cree en nada, porque lleva una buena parte de su carrera haciéndose pasar por quien no es e interviniendo en shows televisivos en los que nadie tiene el más mínimo interés en tomarse nada en serio. Cuando Maiakovski se pegó el tiro „dejando dos mil rublos para pagar sus impuestos„, llevaba una pajarita, porque todavía conservaba una cierta fe en su papel como personaje que tenía una función que cumplir. Conchita Wurst, en cambio, no llevaba una pajarita, sino una barba que parecía postiza aunque era real, y que quizá era lo único real que había en ese personaje y en todo lo que representaba y en todo lo que aspiraba a ser. Y lo más importante de todo, no creo que a Conchita Wurst „o Thomas Neuwirth, si la llamamos por el nombre que figura en su partida de nacimiento„ le importe en lo más mínimo pagar impuestos o el uso que se le dé al dinero público. Maiakovski, hace ochenta años, creía aún en conceptos que hoy en día parecen ya tan anticuados como sus carteles vanguardistas, y por eso, porque creía en el bien común o en su responsabilidad ante los demás y la necesidad de hacer algo que mejorase la vida de la gente, se acordó antes de morir de dejar esos dos mil rublos. Pero Conchita Wurst fingiría desmayarse „ante las ruidosas aclamaciones de sus fans„ si alguien pronunciara en su presencia unas palabras tan poco glamorosas como responsabilidad o bien común. Si hay algo que no tiene ningún valor en su mundo de frikies y concursantes profesionales de televisión, son cosas como éstas.

Y sin embargo, no deberíamos olvidar que Eurovisión se paga con dinero público „España tuvo que pagar casi 300.000 euros por participar en esta edición„, y cuando se están imponiendo recortes salvajes en muchas áreas, uno tiene derecho a preguntarse por qué hay que pagar también la horterada de Eurovisión. No hay nada indignante en que una mujer barbuda „o lo que sea„ gane el festival, pero sí lo hay en que ese festival se celebre al mismo tiempo que se recortan programas de investigación científica y ayudas a las personas dependientes y cientos de cosas más. Y aunque todas estas cosas suenen mal en el mundo en que se mueve esta mujer barbuda, también tenemos derecho a recordárselo, igual que tenemos derecho a recordar los dos mil rublos que Maiakovski dejó al morir para pagar sus impuestos.