Los listados que pululan por consultas médicas y centros hospitalarios del Ib-Salut -su grosor les priva de la denominación singular de lista- son inquietantes y hasta peligrosos por el riesgo y efectos secundarios que pueden llegar a provocar. Lo son también porque, tal como se emiten, nacen con el defecto congénito de prestarse a la demagogia y a la confusión. Las listas de espera se han asimilado a la feria, ese ajetreo que cada cual acostumbra a describir según le va.

La Administración de turno tiene especial habilidad en maquillarlas a conveniencia, la oposición denuncia su crecimiento y el paciente, que en definitiva es quien importa, se agota y desespera en su legítimo intento de saber qué males le aquejan o aguardando que se los remienden de una vez.

Los últimos datos facilitados por la conselleria de Salud vienen a admitir, en números redondos, que uno de cada diez residentes en Balears espera para vérselas con el médico, el laboratorio o el quirófano, unas 125.000 personas en total. Asumamos que son muchas, demasiadas, porque en tal reconocimiento está el primer paso para reducirlas. Por eso es imprescindible que lo haga ese Govern que ya sabe recortar servicios y nóminas. A partir del denominador común de que la salud es lo primero, debería hacernos el favor de reducir enfermedades y enfermos atendiendo al adecuado listado de prioridades sensatas.

La inquietud puede volverse todavía más creciente porque, entrados en detalles, observamos que en los listados de espera para pruebas complementarias faltan las vinculadas a problemas digestivos, cardiacos o neurológicos. Ante 61.000 baleares, más el plus de los no inscritos en las listas, en expectativa de saber cuál es el verdadero alcance de su dolencia y una media de 115 días de espera para una intervención quirúrgica, se impone una verdadera necesidad de adoptar medidas correctoras urgentes para aliviar esta situación desesperante en sí misma.

Los debates sobre si las listas están bien o mal hechas o para evaluar si han disminuido o aumentado, se vuelven menos trascendentes porque, en cualquiera de sus versiones y posibilidades, arrojan resultados alarmantes.

La dimensión adquirida por los listados levanta demasiadas sospechas, sobre todo si los asociamos a los cantos de sirena que emite la sanidad privada en forma de atractivos descuentos para quienes están en ella. Como la salud, en buena lógica, no tiene precio, ya podemos prever cuál es el resultado: pagar en la privada lo que ya se ha saldado con demora en la pública. Por esta vía, en la práctica, estaremos hablando de listas de desvío hacia la sanidad privada y la conclusión será la de que se actúa por estímulos ideológicos antes que pragmáticos o, simplemente, prácticos. Desviar es otra forma de reducir. También de cobrar al paciente por duplicado, en tiempo y cotización con desatención y en factura directa del sistema alternativo. Sobre esta disyuntiva navega la sanidad balear.