"El centroderecha está destruido, su vocación es de pura derecha; el centroizquierda solo tiene vocación de morir preguntando por qué". No recuerdo su autor ni dónde las leí, pero estas palabras diagnostican la crisis de la moderación a los 35 años de la democracia española. Todo lo que entendemos por centro está cayendo en la enésima "era de la sospecha", mientras los extremos hacen músculo para saltar. Se ceban éstos contra la ambigüedad y el flojo impulso del espacio central, del que vampirizan cuanto les conviene. Nadie tiene el marchamo de la pureza ideológica ni arroja a las tinieblas a los renegados, como ilustra, entre muchos otros, el caso de los comunistas catalanes, que del internacionalismo proletario se han pasado al cantonalismo burgués. Si Carlos Marx levanta cabeza, los cruje. Y no solo a ellos.

El cambio del mundo cuestiona el vigor de las ideologías y de la partitocracia convencional. Es natural que así ocurra, pero el no alumbrar ideas y estructuras nuevas que garanticen el pluralismo y la alternancia puede ser trágico. La libertad de pensamiento, palabra y acción tienen su peor enemigo en la apatía o la resignación que abdican de la diferencia. Es extravagante soñar con siete mil millones de seres humanos respirando algún día en la campa neumática de la mercancía omnipotente y el beneficio que se acumula y no revierte, transmutados en valores morales. Y no es menor el delirio de la revolución permanente que se niega como medio para erigirse en fin. ¿De qué nos hablan cuando los portavoces de los unos y los otros hablan de regeneración? Si no aluden a ideas nuevas y a otra praxis, están tocando el violón.

Avergüenza ver cómo se dan cita en Ucrania las "condiciones objetivas" para una guerra de dimensión impredecible. Y descorazona un caso como el francés, por citar el último en data, que de las palabras del ministro socialista de Finanzas ("Condeno la austeridad") se dispone a pasar por el arco del triunfo de los amos de Europa. O el no tan lejano de Durao Barroso, presidente de la Comisión europea, quien, tras afirmar que "la austeridad ha llegado al límite y no es posible seguir contra la opinión social y política", ha cerrado el pico cuando expira su mandato, como si tuviera algo que perder. Al igual que en la tragedia griega, la víctima propiciatoria, el "tragos" sobre el que se elevan las espadas sacrificiales, es la razón y la diversidad. La fatalidad de la guerra y la consagración de la ventaja cierran una vez más el paso a el entendimiento, la cooperación y el contraste de las ideas. A éste paso, será la libertad la que muera preguntando por qué.