Se dice que todos los países tienen un ejército menos Argelia, donde un ejército tiene un país. Las recientes elecciones demuestran que esta afirmación sigue siendo verdad hoy. Un anciano de 77 años mal llevados acaba de ser reelegido como presidente para siete años más y ya lleva quince. Su estado de salud es tan débil, tras sufrir un ictus el año pasado, que no pudo participar en la campaña electoral, no dio ningún mítin, no pronunció ningún discurso, no anunció ningún programa y le tuvieron que llevar a votar en silla de ruedas. La noticia fue que los argelinos pudieron ver ese día que tenía aire despierto y que podía mover ambas manos, todo un poco patético. Pero todo eso no importó porque Bouteflika es el hombre del establishment, asegura una cierta estabilidad y fue por eso elegido con el 81% de los votos, a enorme distancia de su principal opositor, Ali Benflis, que se tuvo que conformar con un modesto 12%.

Hay razones que explican una victoria tan abultada. Los militares han dominado el país desde su cruenta guerra de liberación nacional frente a una Francia que lo había convertido en provincia del Hexágono y no lo abandonó hasta que no tuvo más remedio y De Gaulle dijo aquello de "Je vous ai compris!". Ya era hora porque para entonces los muertos eran muchos y los militares se habían impuesto sobre el Frente de Liberación Nacional y se habían apoderado de la independencia. Ahora respaldan a Bouteflika y aseguran así una cierta estabilidad en un país que ha sufrido una terrible guerra civil de diez años, un conflicto que costó unos 200.000 muertos cuando los militares dieron un golpe de Estado para impedir un gobierno del Frente Islámico de Salvación, que pretendió llegar al poder por las urnas antes de tiempo. Fue una experiencia que terminó de forma muy parecida a la de Morsi, en Egipto, 23 años más tarde. Por eso en Argelia no ha prendido la llamada Primavera Árabe, que tan inciertos y diferentes resultados está produciendo en otros países. Salvando las distancias, que son muchas, a los argelinos les pasa hoy como a los españoles cuando murió Franco, que teníamos demasiado vivo el recuerdo de la guerra, no queríamos repetirla de ninguna manera y pactamos nuestras diferencias. El resultado fue la Transición en lugar de la ruptura y valió la pena. Los argelinos también esperan poder hacer su transición algún día, pero mientras llega están curados de espantos y prefieren hacer los experimentos con gaseosa. La última razón que explica el 81% de los sufragios obtenidos por Bouteflika es la corrupción que facilita la compra de votos, el caciquismo y los chanchullos electorales.

Argelia es un país que nos importa mucho. Argelia es la ciudad extranjera más cercana a Palma. Siempre que he ido me ha impresionado que el cielo, el mar y el aire son iguales que en mi tierra. Huelen igual y sus tonalidades son semejantes. Su estabilidad nos importa mucho porque somos su primer o segundo socio comercial (unas veces es Francia y otras España), ya que le compramos 10.000 millones de euros de hidrocarburos y le vendemos 5.000 millones de otros productos. Nuestras principales empresas están allí establecidas y dos gasoductos nos traen el 50% del gas que consumimos. Gracias a Argelia y a nuestra capacidad de regasificar gas licuado, a nosotros no nos afecta la amenaza rusa de cortar sus exportaciones a Ucrania y de paso al resto de Europa.

Pero Argelia sufre de eso que se ha dado en llamar la maldición del petróleo pues a pesar de que es el decimoquinto productor mundial y el segundo de África, el dinero fácil que ha traído no les ha ayudado a crear una economía competitiva. Todo depende del oro negro que proporciona el 50% del PIB y 98% de los ingresos por exportaciones y, a cambio, Argelia tiene que importar el 70% de todo lo que consume. No tiene ni una agricultura eficiente ni una industria competitiva y aún así, con 5.600 dólares de renta per cápita, los argelinos disfrutan de una envidiable situación si se comparan con sus vecinos africanos. Pero el país está estancado en un inmovilismo que parece no mirar al futuro: las reformas políticas prometidas por el propio Bouteflika no se han llevado a cabo, el paro es elevado y los jóvenes (el 50% de la población tiene menos de 25 años) están desanimados, mientras los bereberes de la Kabilia siguen sin ver satisfechas sus demandas de autonomía y de reconocimiento de la lengua amazight. Es mucho lo que hay que hacer y el viejo líder no parece tener las fuerzas necesarias para hacerlo. El cambio es impostergable.

Argelia es un país importante para España y para Europa y su cooperación es decisiva para evitar que el Sahel se convierta en un nido de indeseables y para prevenir el terrorismo y la inmigración descontrolada. Por eso nos interesa que el país se desarrolle, se modernice y su democracia se perfeccione y se asiente. También nos interesa que normalice sus relaciones con Marruecos, reabra sus fronteras con este país y contribuya así a la creación de un Magreb unido que pueda convertirse en un interlocutor válido de la Unión Europea en la ribera sur del Mediterráneo. Aunque para eso habría que encontrar antes una solución al contencioso sobre el Sahara Occidental que desgraciadamente aún no se vislumbra en el horizonte. Ni a Marruecos ni a Argelia parece interesarles.