Gerry Adams, líder de Irlanda del Norte detenido ahora por su presunta implicación en el asesinato por el IRA (hace más de cuarenta años) de una viuda con diez hijos a la que suponían confidente de la policía, es un tipo de aspecto francamente presentable. Lo más estremecedor del caso es que un hijo de la asesinada, que se cruza por la calle con los autores directos, aún se niega a delatarlos por miedo, a pesar de la paz aparente hoy existente. El miedo inoculado a través del terrorismo es así: entra en la carne como un estilete, y se aloja tan hondo que luego no es posible extraerlo. Los autores de crímenes tan abominables ignoran que ese mismo miedo los perseguirá a ellos de por vida. El terrorismo destroza los tejidos internos de la sociedad cuya supuesta liberación era la excusa del crimen, y aunque en superficie esa sociedad pase la prueba del algodón, en este caso el algodón engaña.