Lo que el veinticinco de mayo acontezca en Cataluña o bien ceba la mecha a la entera estrategia independentista o la deja inservible a beneficio de inventario. Las encuestas anuncian que puede darse un resultado que maltrate a CiU y descalabre a Artur Mas, erigiendo en líder incontestable del soberanismo a Oriol Junqueras, inopinadamente sobrevenido dirigente carismático de la Cataluña independentista. Las encuestas anuncian que ERC, que se presenta sin coaligarse con nadie, obtiene unas décimas menos que CiU. Solo que la derecha nacionalista catalana va acompañada de PNV y Coalición Canaria, entre otros, lo que hace que, si únicamente se atiende a los porcentajes que se obtienen en Cataluña, los republicanos estén nítidamente por delante. Y eso, de concretarse en el resultado electoral, supone obtener el combustible que se precisa para acelerar la opción independentista, al contrario de lo que piensan en el Gobierno y en la sede del PSOE, donde consideran que el batacazo de Mas le obligará a la reculada. En Madrid, para evitarse el trabajo de tener que rediseñar conceptos suficientemente acreditados, se niegan a entender lo que sucede en Cataluña. Nada que no haya acaecido una y otra vez en los dos últimos siglos de historia española. Tampoco cambia la concatenación de medias verdades y enteras falsedades del imaginario independentista.

Los republicanos de Esquerra emergerán de las elecciones como la fuerza determinante del mapa político catalán. Serán el arco de bóveda del mundo nacionalista sustituyendo a una quebrada CiU, en la que Josep Antoni Duran Lleida se prepara o bien para la voladura de la coalición o para la defenestración sin contemplaciones de Artur Mas y su sustitución por un dirigente dispuesto a tragarse entero el sapo de la renuncia al soberanismo. Conviene saber que Convergència no es el PNV y que el País Vasco no existe algo parecido a ERC, sino Bildu. Convergència no puede hacer lo que protagonizó el PNV cuando procedió a jubilar al iluminado Ibarretxe y a su plan de "relación amable" con España; aún así el precio que tuvo que pagar fue el de habitar cuatro años en la oposición. El posterior revolcón electoral de PP y PSOE junto al retorno del PNV al poder está escrito en el orden lógico de las cosas. La renuncia o defenestración de Artur Mas constituye la implosión de CiU. Lo saben sobradamente los convergentes. Artur Mas no puede, sea cual fuere el resultado de las elecciones, decir que se acabó lo que se daba, que ha llegado hasta el límite de lo posible y continuar en el palacio de la Generalitat. En Cataluña o hay referéndum el nueve de noviembre o hay elecciones plebiscitarias, la alternativa que Duran Lleida considera un desastre para todos. No dice que lo será especialmente para él y para su partido, Unió, que siempre ha vivido de vampirizar a Convergència.

La tradicional inconsistencia con la que se maneja el Gobierno hacia lo que ocurre en Cataluña, aunque haya quien diga que algo se mueve y que tras las elecciones se abrirá un nuevo tiempo, pasa por el citado convencimiento de que una derrota de Convergència hará que Artur Mas entre en razón. A eso parece fiarlo todo Mariano Rajoy, que se ha colgado de la cómoda percha de la legalidad constitucional para no hacer nada. ¿Y si sustanciadas las elecciones se topa con una Cataluña en la que es ERC la que marca los tiempos; con una Convergència, todavía más condicionada, y con un presidente de la Generalitat amortizado y supeditado a lo que decida el presidente del partido republicano? ¿Qué hará Mariano Rajoy si Artur Mas, conocido el resultado de las urnas, reitera que el nueve de noviembre los ciudadanos de Cataluña han de votar, que si llegado el día no se les deja la alternativa que restará será la de las elecciones plebiscitarias?

En CiU temen tanto o más que a ERC a la denominada Asamblea Nacional Catalana, una organización que no se presenta a las elecciones, como con la boca pequeña, solicitando un preventivo perdón por si ofenden, recuerdan esporádicamente los dirigentes de la coalición gobernante en Cataluña. Es una entidad que ha hecho un par de demostraciones de fuerza que han dejado boquiabiertos a los partidos catalanes, salvo a ERC, que sabe de lo que va la cosa, y con un mal cuerpo evidente a PP, PSOE, también a CiU, anonadada al contemplar la envergadura del toro que ha contribuido decisivamente a echar al ruedo. La Asamblea está enfrascada en la preparación de un calendario capaz de meter el miedo en el cuerpo a cualquiera. Anticipar que van a concentrar a más de un millón de personas en la Diagonal de Barcelona, es presentar nuevamente unas cartas credenciales que no pueden ser ignoradas por quien sienta sus posaderas en el palacio de la Generalitat, salvo que haya optado por el suicidio, que no es todavía la tesitura en la que están CiU y Mas. ERC es conscientede ello, como no desconoce que si gana las elecciones será quien podrá modular, sin interferencias, la presión a la que decida someter al atribulado Mas.

Además de lo expuesto, los resultados que ERC pueda obtener en Balears, concretamente en Mallorca, pueden permitir atisbar por dónde discurrirá el electorado en las elecciones autonómicas de mayo del próximo año. Cuidado, porque el desistimiento de Més de concurrir a las euroelecciones deja el campo libre a ERC. En tres semanas sabremos si las cien mil personas que salieron a la calle en Palma fueron el anticipo de un movimiento social de envergadura susceptible de escribir un correlato electoral. Tal vez el veinticinco de mayo alguien se lleve aquí una sorpresa poco grata.