Resultó preclaro el hijastro del primer teniente de alcalde de Palma, Álvaro Gijón, cuando a las cuatro y media de la madrugada del día de Sant Sebastià de 2013, les soltó a los policías locales que le reprendían por comportarse como un gamberro "de mí te vas a acordar toda tu vida, que soy el hijo de Gijón y os va a empurar, os voy a quitar el traje". A las tres horas, papi se personaba en el cuartelillo acompañado nada menos que por el jefe del cuerpo, Antonio Vera, con el resultado de que el chaval no llegó a pisar la celda. El típico escándalo que en democracias avanzadas le costaría el cargo a un concejal que, como mínimo, ya habría pedido perdón por el uso torticero de su influencia. Año y medio después, quien ha perdido el traje es el intendente Vera por otro caso, el del presunto amaño de las oposiciones en un cuerpo que, no olvidemos, se encuentra en manos del concejal Guillermo Navarro, expedientado por obras ilegales. El alcalde Mateo Isern, más ocupado en deshojar la margarita de su futuro político, se calla, pero sabe que nunca la reputación de la Policía Local estuvo en horas más bajas. Un fracaso estrepitoso en su haber, la incapacidad de enderezar un área capital como la Seguridad Ciudadana. Suerte que no tiene oposición, pues la siempre timorata Aina Calvo ha aludido a "asuntos personales" para evaluar el tema. ¿Personales? Según Gijón: "No tuvo ningún privilegio, al contrario, si no llega a decir que era hijo de Álvaro Gijón lo más probable es que ni siquiera hubiera sido detenido". O sea, conspiración y que la ciudad debería disculparse.

Ha salido en defensa del infumable comportamiento de primer teniente de alcalde el presidente del PP de Palma, José María Rodríguez. No me extraña. Él mismo fue una víctima de lo que la Policía Local puede hacerle a un ejemplar ciudadano conservador. Siendo alcalde Joan Fageda, un guardia denunció el vehículo particular de Rodríguez estacionado en la zona de coches oficiales frente a Cort mientras se celebraba el pleno. El agente comprobó, además, que el utilitario acumulaba medio millón de las antiguas pesetas en multas e impuestos atrasados, por lo que llamó a la grúa, que se lo llevó. Para pasmo de periodistas, funcionarios y oposición, que se enteraron al instante, al cabo de un rato la grúa regresó y aparcó el coche donde estaba. El edil de Seguridad Ciudadana había dado la orden. El escándalo fue mayúsculo, Rodríguez le echó la culpa a su señora de las sanciones impagadas, dijo no saber nada de la devolución irregular, satisfizo la monumental deuda con las arcas públicas y se acabó. Sin consecuencias. El protagonista del lamentable episodio ascendió a teniente de alcalde, conseller de Balears y delegado del Gobierno (hasta que otra investigación por corrupción frenó su imparable carrera), y a olvidar, que para eso pasa el tiempo. "Yo también habría ido al cuartel a ver a mi hijo", comenta empático José María Rodríguez. No lo dudo. Qué padrazos.

Pero todo pecado lleva su penitencia. No hace falta ser Supernanny para saber que la lección que Álvaro Gijón ha dado a su hijastro se traduce en "haz lo que te dé la gana, que ya lo arreglaremos moviendo cuatro hilos". Sin límites, sin responsabilidad. No le arriendo la ganancia al concejal con el porvenir que le espera, y ojalá me equivoque. Porque los chicos aprenden su ética de vida de los adultos que les educan y por eso resulta recomendable que asuman los efectos de sus errores. Aunque también se les puede enseñar a disfrazar la verdad, a tener una buena agenda de gente que te haga un favorcillo y a adaptar la ley a la propia conveniencia. Y entonces, de vez en cuando, ponen en evidencia a papi, pero la cosa no va más allá.