Más de cien años después de que los regeneracionistas surgidos tras el desastre de 1898, desencadenado por la pérdida de las últimas colonias, proclamaran inútilmente la urgencia de modernizar España, a lo que las oligarquías y la Iglesia católica opusieron un contundente veto, otro regeneracionista, sólidamente anclado en el liberalismo económico, afirma que el tumor que corroe España no ha sido sajado. Luis Garicano, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Chicago, director de departamento en la London School of Economics, uno de los economistas españoles de más prestigio, escuchado y respetado en los salones de la ortodoxia financiera internacional, sentencia que España "no ha curado su cáncer". En Londres, durante un debate seguido atentamente por los financieros de la City, Garicano afirmó que el esfuerzo que se está haciendo para recuperar la confianza de los inversores internacionales puede verse obstaculizado por varios factores estructurales que pesan sobre la economía y el marco institucional de España. Dice el catedrático que la economía española vuelve a crecer lentamente, pero reitera que no ha curado el cáncer que padece.

¿Cuál es el tumor que para este economista, que podría ser ministro de finanzas en cualquier gobierno conservador liberal europeo, hace penar a España? Lo tiene nítidamente detectado: "La gigantesca pérdida de confianza en los políticos", afirmación textual, y la crisis institucional, además de la debacle de capital humano, derivada de los problemas educativos que hacen que muchos parados lo tengan casi imposible para encontrar empleo. Garicano asegura que España no se ha curado, que está en riesgo de padecer un accidente en los mercados a causa del "asunto catalán". Enfatiza que entre Madrid y Cataluña hay dos trenes que avanzan en dirección opuesta haciendo inevitable la colisión. Argumenta que la eventual secesión de Cataluña no guarda paralelismo con la de Escocia, porque España afronta un problema existencial. "Inglaterra seguirá siendo lo que es sin Escocia", dice, pero España dejaría de existir. Otra vez los tiempos del "viva Cartagena", allá hacia la década de los setenta del siglo XIX.

Que un ortodoxo de la política económica liberal, alguien extraordinariamente bien relacionado con los círculos financieros internacionales, con cátedra en Londres, respetado y seguido atentamente cuando establece sus diagnósticos, haga uno tan pesimista como el descrito, acongoja, pone en guardia ante las enfáticas proclamas gubernamentales de que se ha salido de la crisis y se está entrando nuevamente en la senda del crecimiento económico, lo que es ratificado por la pléyade de organismos internacionales dedicados a profetizar el futuro económico del planeta con tanta asiduidad como falta de acierto. Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno para todo y algo más, acaba de decir que no habrá consulta independentista en Cataluña. Ofrece diálogo, pero deja retóricamente establecido que "la soberanía no se negocia", añadiendo, para culminar la escalada, que "no queremos que ningún español sea extranjero en su propio país". El portavoz del Gobierno de la Generalitat, Francesc Homs, con no menos alarde retórico, replica que la vicepresidenta parece sentirse "incómoda con la democracia". Rigor y altura intelectual desbordantes. El asunto catalán tan enquistado como un siglo atrás.

Los despropósitos, los que hacen que Luis Garicano anuncie un porvenir lúgubre, no se detienen en Cataluña, donde la inteligencia política de unos y otros ha de darse por desaparecida en el combate dialéctico desatado. Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda que con más fruición se adentra en lugares en los que jamás un ministro debe penetrar, acaba de enmendarle la plana a la entidad más apreciada, mejor considerada por los españoles. Cáritas, organización de la Iglesia católica, señala que España es, después de Rumanía, el país de Europa en el que la pobreza infantil avanza con mayor rapidez, hasta extremos nunca vistos. Montoro, con el insufrible aire de displicencia que le caracteriza, desacredita el informe de Cáritas diciendo que reiteradamente ha explicado a sus responsables cuál es la situación, lamentando que, a pesar de conocerla, emitan informes fuera de la realidad. La respuesta de Cáritas, mesurada y sin aspavientos, ha sido la de recordar que sus informes se fundamentan en estadísticas oficiales.

El cáncer de España, dejando de lado si las recetas a aplicar han de ser liberales o socialdemócratas, aunque parece evidente que las liberales están dejando un devastado campo de batalla (fue un gobierno del PSOE, el último de Zapatero, quien hizo la siembra), ha hecho metástasis mucho más allá de la economía, se ha adentrado con virulencia en zonas muy sensibles, lo que requiere la intervención de un cirujano de hierro; no al estilo del que en los inicios del siglo XX reclamaba el político catalán Joaquín Costa, quien abogaba poco menos que por una dictadura, sino el estadista capaz de hacer los radicales cambios que se han hecho imprescindibles; los primeros, como señala Luis Garicano, los institucionales.

Mariano Rajoy ha dejado caer que la reforma constitucional vendrá impuesta por Europa. Es una afirmación de calado, tanto por lo que puede suponer como para la declaración de impotencia que contiene: o Europa nos hace los cambios o no los hará nadie, porque en España nadie hay con la suficiente voluntad y el coraje imprescindible para ponerlos en marcha. De la postración generada por el desastre de 1898 se intentó salir mal y a destiempo. El último episodio se vivió en 1931. Se frustró en la gran tragedia de 1936. Se han cumplido setenta y cinco años del final de la Guerra Civil iniciada aquel año. Hoy, después de farisaicamente canonizar a Adolfo Suárez, se sigue aguardando al estadista que ponga orden en todo eso.