Obama pronunció a mediados de 2012 un discurso en el que presumió de las grandes cifras esotéricas. Creación global de empleo, balanzas globales, "y al sector privado le va perfectamente". Es decir, reunía todos los síntomas de un gobernante desconectado de la realidad, que considera que los ciudadanos no están a su altura. David Plouffe, el mago de la estrategia que firma los dos mandatos en la Casa Blanca del primer presidente negro, dictaminó que "hablar como un profesor de macroeconomía siempre trae problemas". En efecto, las esperanzas de victoria de John McCain se desplomaron en 2008 al presumir de que "los cimientos de nuestra economía son fuertes". De hecho, la erudita disertación de Obama colocó de modo efímero en los sondeos a Mitt Romney por encima del presidente que aspiraba a la reelección.

En la bibliografía no abundan las comparaciones entre Rajoy y Obama. Sin embargo, la visita de cortesía girada por el presidente del Gobierno español a la Casa Blanca también ha coincidido con la proclamación del ilustre huésped como doctor en macroeconomía sumergida. El líder del PP ha resuelto la economía de España empeorando la de sus habitantes. Plouffe frunciría su sabio entrecejo avizorando "problemas", porque nadie necesita que le expliquen que está sano. Por lo mismo, nadie convencerá a un enfermo dolorido y apaleado de que se encuentra perfectamente, y de que su enfermedad viene desmentida por las leyes de los grandes números. De hecho, los actuales encuestados y futuros votantes han reaccionado en sintonía con los temores de los gurús electorales estadounidenses.

El Centro de Investigaciones Sociológicas es un organismo estatal independiente en teoría. En su macroencuesta de esta semana, con 2.500 entrevistados, adjudica a Rajoy una misérrima puntuación de 2.2 sobre diez. Cabe recordar que la mayoría absoluta del PP reposa en el apoyo explícito del 45% de los votantes, que también exteriorizan masivamente la animadversión hacia el destinatario de su sufragio. España arrastra el lastre del presidente peor valorado de la historia de la democracia, a los dos años de su debut. Su puntuación lo sitúa por debajo de cualquier posibilidad razonable de rescate. Baste recordar que el degradado Rubalcaba obtiene un tres en un mapa de encuestados que reniegan del socialismo, la misma puntuación que Duran i Lleida. En fin, hasta nueve ministros del gobierno más desacreditado de la era democrática, siempre según el CIS, superan en aprecio al presidente que los nombró.

Bajo las anteriores premisas, la única incógnita a resolver es la fecha en que un gobernante desahuciado por sus votantes acérrimos será defenestrado sin provocar ni una lágrima. Sin embargo, la realidad nunca es tan sencilla como una ecuación estadística. Cuando todos los datos apuntan a un 11S, no se produce. O sucede otra cosa, más inesperada. El PP coronó la holgada mayoría absoluta que administra con un gobernante sumido en el descrédito desde mucho antes de acceder al cargo. Según el CIS, su desempeño en la Moncloa ha ahondado el recelo que suscitaba inicialmente. Un amante de los silogismos concluirá que la erosión previsible condena a los populares pero, dado que Rajoy fue elegido sin esperar nada de él, por qué no habría de continuar en el cargo ahora que ha reafirmado fielmente las nulas expectativas. No solo un cínico pronosticaría que el presidente del Gobierno se halla en el camino correcto para revalidar el triunfo que según sus votantes no merecía.

En suma, falta determinar si el presidente peor valorado es el peor presidente, y aquí se desemboca en la independencia no siempre asumible del CIS. En su ya proverbial cambalache entre el "voto directo" asignado por los encuestados y la enigmática "estimación de voto", triplica sin rebozo la única cifra disponible del PP, de acuerdo con el pronunciamiento de los sondeados. El partido bifronte PP-PSOE ya no alcanza ni el 25% de los sufragios anunciados, y el bifosilismo solo superará este umbral porque IU y UPD decepcionan con una intensidad disimulada por su inevitable progresión. Bajo el mandato de Rajoy, y quizás casualmente, se ha producido un desistimiento democrático sin precedentes, Plantear siquiera las inocentes preguntas "¿cree usted en el Congreso?" o "¿confía usted en los partidos?" demostraría una temeridad estadística. Y por supuesto, el CIS refuerza al astuto Plouffe. Sólo uno de cada diez españoles coincide con el macroeconómico Rajoy en que el panorama de la economía ha mejorado durante el último año. Le votaron, pero ni se les ocurriría creerle. O porque ni se les ocurriría creerle.