Artur Mas no está haciendo el ridículo, como frívolamente sostiene el presidente Rajoy, sino que protagoniza un serio y radical desafío secesionista al que desde Madrid no se da una respuesta susceptible de desactivar la potente deflagración prevista para el 9 de noviembre. Hablar de ridículo es, además de una frivolidad, una insensatez, como lo es la declaración del cada vez más desorientado líder socialista, Pérez Rubalcaba, para quien la promesa que le ha hecho Mas de no convocar un referéndum al margen de la legalidad debe ser aceptada. A Rajoy y a Rubalcaba, que fía su supervivencia política a gobernar en una futura gran coalición con los populares, hasta este extremo llega su desesperación, ha dado una contundente réplica Artur Mas, al afirmar que los ciudadanos catalanes votarán el 9 de noviembre. El desafío es absoluto, sin concesiones: o referéndum o elecciones anticipadas para que el Parlamento que surja de las mismas sea el que culmine la eclosión secesionista proclamando la independencia.

La inacción que se observa en Madrid, el desprecio con que se despachan las iniciativas del presidente de la Generalitat no diré que sea suicida, sí es extremadamente peligrosa. Que en Madrid se alienta el independentismo es evidente. Decir que Mas está haciendo el ridículo en Europa es errar el tiro. Europa no se va a involucrar en la cuestión catalana. Bruselas ha disipado cualquier duda al precisar, por boca del portugués Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión, que el asunto no le compete, es interno de España, por lo que nada tienen que decir las instituciones europeas. No sé si tal declaración es propinar una patada a las pretensiones de Mas o situar en una posición más comprometida al Gobierno central, al que tampoco le valdrá invocar la suprema autoridad de la Unión Europea para que le ayude a solucionar el problema. Rajoy, junto a su fiel escudero, Rubalcaba, y Mas quedan frente a frente sin intermediarios. Evitar la frontal colisión corresponde al presidente del Gobierno, al menos tomar la iniciativa para que no se produzca. El presidente catalán, sabedor de que ya nada tiene que perder, ha situado la partida en una posición netamente favorable a sus intereses: el 9 de noviembre los catalanes votarán. Corresponde a Mariano Rajoy decidir si se las quiere ver con un referéndum que, de ser legal, podría reconducirse hasta hacerse inocuo o si se aventura a unas elecciones de las que populares y socialistas saldrán muy mal parados, convertidos en las fuerzas políticas con menor representación en el Parlamento. Todo a las puertas del inicio de 2015, año en el que habrá elecciones municipales, autonómicas y generales.

Es sorprendente que en Madrid se esté asistiendo a lo que sucede en Cataluña casi como si el asunto no fuera de su directa incumbencia. Más allá de declaraciones altisonantes, del estilo que se hará respetar la Constitución, que no se permitirá la vulneración de la soberanía nacional, poco se hace para embridar el secesionismo. Al contrario, se atizan las llamas con afirmaciones como la del ridículo internacional protagonizado por Artur Mas y otras semejantes. De nada sirve que el ministro de Asuntos Exteriores se traslade a Barcelona ofreciendo un profuso, confuso y difuso diálogo sobre no se sabe muy bien qué, aunque al final se saque la apresurada conclusión de que se trata de establecer un nuevo sistema de financiación. Alguien cree en Madrid que llegadas las cosas hasta dónde han escalado, sirve una inconcreta financiación para aplacar los ánimos y pinchar la enorme burbuja secesionista que gravita sobre Cataluña.

La desagradable sensación de que no se es plenamente consciente de la magnitud que ha adquirido el frente secesionista catalán se acrecienta. No habrá referéndum, con ese exclusivo mantra de Rajoy no se soluciona el problema. Artur Mas ha llegado, ha sobrepasado ya, la frontera en la que deja de sentirse la atracción gravitacional del Estado. Vuela libremente hacia un punto que no podrá alcanzar, pero en el trayecto, cuando la inercia que le hace seguir avanzando desaparezca, el descomunal destrozo que habrá ocasionado tendrá complicado remedio. Padecerá Cataluña y sufrirá toda España. Un dato: el PIB de Cataluña supone aproximadamente el veinte por ciento del español. Si el desmadejamiento catalán no es solventado las consecuencias serán nefastas para todos. El presidente dela Generalitat es un insensato, ya lo sabemos; ha actuado con una insolvencia que nadie esperaba, por supuesto; ha roto muchos puentes y contribuido de mala manera a la crispación, también, y seguramente lo ha hecho en buena medida para tratar de salvarse del abrasamiento que la política económica que ha desarrollado en Cataluña, similar en todo a la del Gobierno central, le está originando. Convergencia, su partido, queda muy tocado; en cualquier caso sus expectativas de votos son notablemente superiores a las de socialistas y populares. No es necesariamente un consuelo para los nacionalistas de la derecha catalana, pero constituye una evidencia que no puede ser ignorada.

Estamos ante un desafío en toda regla, no ante una ridiculez. Si el presidente Mariano Rajoy limita su respuesta a sentenciar que no habrá referéndum secesionista nos encaminamos hacia un nueve de noviembre del que saldrá una situación mucho más explosiva que la complicada que ahora nadie está gestionando con inteligencia y sentido de Estado.