El Círculo Cívico de Opinión es una asociación de profesionales relevantes de las más diversas disciplinas que aúnan su moderantismo progresista para reflexionar sobre la situación de este país y aportar algunas ideas y soluciones. Y este pasado domingo, dos de sus miembros, Victoria Camps y José Luis García Delgado, catedráticos de Ética y de Economía Aplicada respectivamente, publicaron un resonante artículo sobre la cuestión catalana que merece ser difundido y objeto de alguna consideración.

El artículo en cuestión efectúa en primer lugar un diagnóstico sobre el problema, en el que se juzga con severidad tanto la lista de agravios que exhiben los más nacionalistas cuanto los dos malentendidos en que incurren las posiciones soberanistas. Sobre el primer asunto „los agravios„, los firmantes recuerdan que "jamás Cataluña había conseguido el nivel de autogobierno y el reconocimiento de su especificidad lingüística y cultural que tiene ahora". Además, afirman que es falsa la generalización según la cual la sensación de comunidad "maltratada" es unánimemente compartida dentro de Cataluña. Y los malentendidos son, de una parte, pretender apoyar la aspiración independentista en un inexistente derecho a la autodeterminación y, de otra parte, la diferencia esgrimida entre la legalidad y la legitimidad democrática, lo que lleva a afirmar a raíz de una manifestación multitudinaria de tintes independentistas que la legalidad constitucional ha sido "superada".

La crítica a la urgente reivindicación nacionalista „"la independencia o la autodeterminación son proyectos legítimos pero no derechos"„ es en este artículo concisa y valiosa, pero lo más interesante de él es su derivada práctica: el problema de un soberanismo pujante existe, seguirá vivo en todo caso aunque no haya consulta, y conviene evitar a toda costa su ingreso en un callejón sin salida. Y, al propio tiempo, "el enconamiento de las relaciones entre Cataluña y el resto de España ha puesto sobre la mesa la necesidad de revisar algunos aspectos del ordenamiento territorial y de iniciar un diálogo, con la mayor participación política posible, sobre la reforma de la Constitución". En definitiva, habrá que aceptar, aun desde la crítica a la exacerbación nacionalista, que "el malestar que siente una gran parte de la ciudadanía catalana no es banal y merece ser atendido desde posturas sensatas y conciliadoras".

Las encuestas realizadas sobre el fenómeno catalán ponen de manifiesto que, aunque el soberanismo tenga unas proporciones limitadas, bastante más reducidas que las que parecen desprenderse de la interesada propaganda oficial, la voluntad reformista está muy extendida y alcanza a una proporción incuestionablemente mayoritaria de la ciudadanía. De donde se deduce que la mejor respuesta al proyecto soberanista debe ser una contrapropuesta ilusionante que revise el encaje político de Cataluña con España y especialmente el modelo fiscal.

Dicho de otro modo, la crítica a la maniobra nacionalista no ha de excluir la vía de la reforma, para la cual "urge un liderazgo de los grandes partidos políticos que encauce el debate sobre el nuevo modelo". Porque „concluyen los autores del trabajo„ "en política, el diálogo y la negociación siempre han de ser posibles, por lo que no cabe rechazarlos ni darlos por perdidos". Por decirlo más claro, la respuesta a la reclamación catalana no puede ser la cada vez mayor elevación del muro constitucional sino la negociación política "para dar una salida razonable al conflicto". Y, en cambio, la pasividad puede llevarnos al despeñadero.