La última encuesta de la empresa Feedback sobre el proceso soberanista publicada por La Vanguardia (el día 22 de este mes) revela una dramática división de la sociedad catalana en dos mitades equivalentes. Los partidarios del Estado independiente „es decir, quienes votarían que sí a las dos partes de la pregunta del hipotético referéndum„ representarían el 44,9%. Frente a esta mayoría relativa, el 36,57% diría que no a la primera pregunta „la que hace referencia a que Cataluña sea o no un Estado„ y un 8,4% votaría sí a esa primera pregunta y no a la independencia. En definitiva: la secesión tendría un 44,9% de partidarios en tanto que las demás formas de permanencia en España conseguirían un respaldo del 44,97%. Es llamativo, en fin, que la consulta vaya a cosechar un empate en toda regla, con el 10% de indecisos, y que los independentistas están lejos del 50% de los participantes en la votación, y aún más del 50% del censo.

Además, la encuesta contiene otra pregunta clave: a la cuestión de si se apoyaría un pacto fiscal similar al concierto vasco y un blindaje de competencias, la respuesta afirmativa gana con el 67,1%, en tanto la negativa obtiene el 27,1%.

De estos datos se llega a la conclusión de que es falso que haya un clamor mayoritario independentista en Cataluña. En pleno fragor del conflicto y cuando no se atisba siquiera propuesta alguna de negociación, la postura de la ciudadanía es bien clara: menos de la mitad de los electores apuesta por la independencia y dos terceras partes siguen optando por una salida política que resuelva los elementos económicos más candentes del contencioso.

Esta realidad ha de ser enriquecida con otros matices: baja el apoyo al referéndum proyectado con respecto a la anterior encuesta de octubre pero sigue siendo alto: ha pasado del 84,1% al 73,5%. Y el acuerdo de los partidos favorables a la consulta obtiene un respaldo del 74,7%.

Así las cosas, ante esta realidad bastante diáfana, no parece que haya argumentos que justifiquen la pasividad de Madrid como estrategia. Aunque nada respalde la tesis de Esquerra Republicana de que el paso del tiempo incrementa el porcentaje de independentistas. Más bien parece que la eclosión del proceso soberanista ha dejado atrás los momentos más álgidos, de modo que hoy estaríamos asistiendo ya a un cierto reflujo. Además, la evidencia de que el independentismo no es mayoritario, ni siquiera en los momentos de mayor confrontación, resta credibilidad y posibilidades a la opción rupturista, que antes o después terminará agotándose. En el seno de CiU, la evidencia de que la huida hacia delante de Mas no da resultado desgasta seriamente al líder, que no podrá soportar ilimitadamente tanta presión.

Todo lo cual no justifica que se deje de atender el conflicto ni que se abandonen las terapias adecuadas. Con esta realidad ante los ojos, el Gobierno del Estado debería disponerse a negociar desde una posición de relativa fuerza, sin desconocer que existe en Cataluña un sector muy importante de críticos con la actual relación institucional de la región con el Estado, y con la conciencia de cuál es la correlación de fuerzas, que es la descrita. Rajoy tiene, en fin, la obligación de dar una salida razonable al problema porque ningún país puede vivir prolongadamente con tanta insatisfacción en una de sus partes vitales.