Me enteré así de la muerte de Carrero: un amigo editor de izquierdas me llama por teléfono al despacho: "¿Sabes quién es el presidente del Gobierno?". Me quedo algo perplejo, y luego le digo: "¡Claro, Carrero!". Él se echa a reír, como si me hubiera pillado, y dice: "Error, ¡lo era!". Luego me fui a casa a tratar de quemar todos los papeles con peligro que tenía allí, con muy poco éxito (gran humareda en el cuarto de baño). Por la tarde, reunidos algunos rojos de buenos modales en casa de un intelectual amigo, le dimos al tarro (de la cabeza), hasta echar humo, antes de ir a dormir en casa de un familiar. Lo que no estaba en ningún pronóstico es que al final no pasara nada. Algo que hay que poner, creo, sobre todo en el haber de dos hombres: el vicepresidente Torcuato Fernández-Miranda y el general Manuel Díez-Alegría, jefe del Alto Estado Mayor. Ya sé que han pasado 40 años, pero ¡gracias!