Estos días, como a todo el mundo, me están llegando las felicitaciones de Navidad. Siempre que puedo, las contesto y procuro enviar también mi felicitación. "Feliz Navidad", digo, "bon any", añado, pero sé que todo esto va a ser bastante difícil. Conozco a muy poca gente que no viva peor que el año pasado o que no tenga motivos para creer que va a vivir bastante peor. Los que trabajan en el sector privado sólo oyen hablar de ERE que nunca saben si les afectarán, y cada día sienten la amenaza de una nueva reducción de sueldo o de otra pérdida de alguna de las escasas ventajas laborales que tenían. Y los que trabajan en el sector público saben que tienen el sueldo recortado y que lo van a tener durante mucho tiempo, aparte de que las condiciones de trabajo se van a volver mucho más duras de lo que ya son. Más horas, más guardias, más trabajo acumulado, más nervios, más dolores de cabeza.

Un joven médico de la Sanidad pública me contaba hace poco que cada mes tiene que ir a renovar su contrato porque sólo tiene un contrato mensual. A ojos de mucha gente es un privilegiado con trabajo fijo, pero sus condiciones reales de trabajo son las de un becario de hace quince años. Si puede llegar a fin de mes es porque su mujer también trabaja. Si no fuera por eso, tendría que irse a trabajar a otro sitio donde le pagaran mejor. Uno de sus compañeros de hospital se fue hace poco a trabajar a Inglaterra. Y quizá él también tenga que hacerlo algún día.

Y si encima uno se fija en lo que está pasando con nuestra clase política y nuestros banqueros „y ahora con las vergonzosas subidas de las compañías eléctricas, que en realidad están también en manos de políticos y banqueros„, la cosa es como para echar a correr. Es difícil imaginar más desvergüenza, más incompetencia y más temeridad. Si de verdad sube la luz un 11%, ya no sé qué va a pasar en muchas casas donde viven jubilados y familias que subsisten con 400 ó 500 euros al mes. Incluso la gente que cobra sueldos más o menos decentes va a tener problemas para pagar la luz. Y todo esto ocurre mientras gobierna un partido al que un juez le está registrando la sede, y mientras se aprueban leyes que sólo crean tensión y angustia y que no favorecen ninguna clase de acuerdo. "Felicidades", decimos estos días, o "bon any", o "que las cosas vayan bien", pero todos sabemos que nos estamos engañando porque tan sólo le estamos pidiendo un deseo a una estrella fugaz. Sólo eso.

Pero por suerte aún suceden cosas que ningún político ni ningún dueño de la electricidad han podido destruir. Esta mañana, a primera hora, cuando hacía bastante frío, he visto a dos abuelos que iban por la calle con su nieta. La niña tenía unos ocho años y llevaba un bastón con el que iba tanteando la acera. Los abuelos la animaban y le gritaban "Venga sí, por aquí, por aquí", porque la niña era ciega y debía de estar dando uno de sus primeros paseos con un bastón. He tenido la suerte de verle la cara a esa niña justo cuando sonreía, y sólo por esa sonrisa sé que se han hecho realidad los deseos de todos esos amigos y conocidos que me han enviado una felicitación navideña. Esa niña se sabía querida y acompañada, y por muy mal que le fueran las cosas, tenía el afecto de los suyos y tenía a esos abuelos que la animaban y la protegían cuando salía a la calle. "Un corazón grande se llena con muy poco", decía un aforismo de Antonio Porchia, un pensador argentino que me recomendó hace tiempo el poeta José Mateos. Y ahí he tenido la prueba. Y no es que mi corazón fuera grande, porque no lo es. Lo que era grande era el corazón de esos abuelos y de esa niña. Y esa grandeza se había extendido a su alrededor y de algún modo había llenado todo el mundo, un mundo que hasta entonces sólo parecía hecho a la medida de los políticos estúpidos y los empresarios avariciosos.

La reacción más habitual a la situación que vivimos es la de odiar y gritar y predicar la destrucción. Puede que haya muchas razones para ello, pero no vamos a conseguir nada predicando el odio y la destrucción. Hay que protestar, claro que sí, pero de momento todavía vivimos en una sociedad con muchas más ventajas que inconvenientes. Y si queremos plantar cara a todos esos desvergonzados que se ríen de nosotros y nos toman el pelo, basta con que les demostremos que conocemos muy bien sus mentiras y sus latrocinios, pero aun así podemos conseguir ser muy felices sin ellos. Si no sirven para nada, ni los necesitamos ni los queremos.