Compre el libro Memecracia, los virales que nos gobiernan (Delia Rodríguez, Gestión 2000) pensando que trataría de las memeces rampantes que se apoderan de las redes (se hacen virales) y acaban gobernando nuestros pensamientos, palabras y obras. Pero no iba de eso, sino de los memes, que son a la herencia cultural lo que los genes a la herencia biológica. El libro es por demás interesante y sus conceptos son aplicables a cualquier era de la comunicación, sin necesidad de esperar a internet. Circulan memes desde los tiempos del primer cazador-recolector, y mientras que algunos „la idea de Dios, pongamos por caso„ duran y duran, otros emergen y desaparecen no sin haber causado con frecuencia verdaderas conmociones.

Si el meme es una memez, el resultado puede oscilar entre lo risible y lo catastrófico. Vamos a poner un ejemplo de meme-memez: lo de Obama, su mujer, la foto y la danesa, que parece el título de una mala comedia (o algo peor). Todo sucedió en el espacio de unas pocas horas: empezó a circular la foto de Obama y Cameron acercándose mucho a la primera ministra danesa para que esta se hiciera una autofoto (un selfie, le llaman) con el móvil. Al lado, Michelle Obama miraba a la nada con cara de fastidio. Deducción tipo prensa rosa: Michelle tiene un ataque de celos porque su marido tontea con una rubia. Y la imagen junto a su interpretación empiezan a circular por las redes, dan varias veces la vuelta al mundo y se refuerzan apareciendo en la portada del New York Post, que es un prototipo de papel sensacionalista.

Luego sale el fotógrafo y cuenta que se están sacando las cosas de tiesto y que justo antes Michelle bromeaba con los otros tres. Da lo mismo: tampoco nadie concedía más importancia a la anécdota, pero era divertido jugar con ella. Pero si no es importante, ¿por qué algunos medios escritos de lo más serio, y algunos noticiarios de televisiones públicas de lo más institucional, dedicaron un amplio espacio al meme/memez, aunque fuera para acabar advirtiendo sobre la vacuidad del relato? Pues porque había ganado la categoría de viral de primera magnitud.

La conclusión es evidente: los medios serios han pasado de marcar la agenda de las conversaciones populares a permitir que sean estas las que diseñen su portada o su escaleta. Lance usted una buena memez a las redes sociales y acabará en tema de artículo editorial, lo que reforzará su conversión en meme capaz de integrarse en el acerbo cultural de varias generaciones.