Mientras en Europa se nos echan encima las Navidades con sus edulcoradas musiquillas y su consumismo obsesivo, la atención internacional se ha centrado esta semana en África, ese continente vecino que solo suele obtenerla cuando es sacudido por desastres naturales o de factura humana que con frecuencia alcanzan dimensiones bíblicas. En esta ocasión hay dos razones para que dirijamos hacia él nuestra mirada..

La primera es el funeral de estado de Nelson Mandela en aquel mismo estadio de Soweto donde España ganó el Mundial de fútbol, una ceremonia que ha congregado a una cifra de jefes de estado y de gobierno próxima al centenar y solo comparable a la que asistió en Roma, en 2005, a las exequias de Juan Pablo II. Todo un récord que ha puesto a prueba a los servicios de protocolo sudafricano como en su día puso a los más experimentados del Vaticano. ¿Entre quién y quién coloca uno a Mugabe? Sudáfrica nos regala para el recuerdo el cariño popular al hombre que acabó con el apartheid, una excelente eulogía a cargo de Obama y su saludo a Raúl Castro.

De Mandela todo se ha dicho y escrito estos últimos días. Vivió una vida plena y cuando murió a los 95 años nos dejó un mundo mejor que el que había recibido al nacer. De muy poca gente se puede decir lo mismo y por eso hay que estarle agradecidos. No se trata ahora de llorar su muerte sino de celebrar su vida.

La otra noticia es más típica y tristemente africana pues tiene que ver con los enfrentamientos que se están produciendo en la República Centroafricana (RCA), un país desconocido de 4,6 millones de habitantes y algo más de 600.000 km2, situado en el corazón del continente y que en vez de bañar sus costas en plácidos océanos está rodeado por otros países también llenos de problemas. No nos damos cuenta de la suerte que es nacer en Europa, por muchas que sean las dificultades que tenemos para llegar a fin de mes y que cualquier africano cambiaría por las propias sin pensarlo dos veces. Basta viajar un poquito para verlo... a condición de no cerrar los ojos.

La RCA es aquel lugar donde hace años gobernaba Bokassa, conocido por sus estrafalarios uniformes plagados de condecoraciones y por los diamantes que le dio a Giscard d´Estaing en un escándalo revelado por Le Canard Enchainé. Al igual que en otros países, también allí han llegado las tensiones religiosas y el pasado marzo unos rebeldes musulmanes, los Seleka, dieron un golpe de estado contra el presidente Francois Bozizé, cristiano, y entronizaron a su jefe, Michel Djotodia. Este Bozizé tampoco es trigo limpio pues era un general de Bokassa que reprimió con sangre manifestaciones contra su jefe y luego dió un golpe de estado. Quien a hierro mata, a hierro muere. Hasta aquí todo dentro de lo que puede ser ¨normal¨ en aquellas latitudes. Lo peor es que las milicias musulmanas se han dedicado a perseguir a los cristianos, que son mayoritarios (80%) en el país, y han obligado a medio millón de personas a huir de sus hogares y a vagar por la selva en condiciones dramáticas, causando también muchos muertos en la capital y provocando que el Consejo de Seguridad de la ONU decidiera enviar una fuerza militar de cascos azules para acabar con los asesinatos y los saqueos y restablecer la paz. Es la operación Sangaris, integrada por 6.000 soldados de la Unión Africana para hacer bulto y 1.600 franceses para hacer el trabajo serio, igual que ocurrió en Mali en junio. Esta es así la segunda operación militar francesa en África en los últimos meses, después de haberlo hecho en Costa de Marfil en 2011, en Chad en 2008 y en muchos otros lugares con anterioridad. Francia tiene en África algunas bases militares que utiliza para mantener su influencia en la zona de sus viejos dominios coloniales, lo que llaman coloquial y colonialmente su terrain de chasse gardé. Estos soldados han expulsado de Bangui a las milicias rebeldes y ahora tendrán que perseguirlas por todo el país para desarmarlas. Solo entonces se podrá convencer a los refugiados para que vuelvan a sus hogares y restablecer un mínimo de normalidad con la ayuda de un puente aéreo humanitario organizado por la Unión Europea.

No es fácil ser africano. Los problemas abundan desde Somalia al Congo, pasando por Mali, Nigeria, Libia, Egipto, Túnez y también Mozambique, donde el descubrimiento de grandes yacimientos de gas y petróleo ha reavivado el viejo enfrentamiento entre FRELIMO y RENAMO. Las enormes riquezas africanas están junto con las tensiones étnicas y religiosas y los desastres naturales en el trasfondo de la inestabilidad de un continente que llegó a la independencia muy mal preparado por colonizadores que lo esclavizaron y explotaron durante siglos sin molestarse en educarlo y que ha sido luego saqueado por sus minorías dirigentes, muchas veces todavía al servicio de potencias extra regionales y de sus intereses en uranio, petróleo, diamantes o minerales raros.

Por muchas cuchillas en la verjas, por muchos radares y patrullas de vigilancia que pongamos, los africanos seguirán tratando de escapar de este continente maravilloso pero ingrato que no les ofrece seguridad ni futuro a pesar de tenerlo todo. Solo el desarrollo económico puede dar estabilidad a África.