Aumenta la represión en los comportamientos susceptibles de ser multados y la cuantía con la que se penalizan esas infracciones. No hace falta que leamos las nuevas tarifas del Ministerio del Interior. Basta mirar las tradicionales y entrañables multas de tráfico de nuestras carreteras y ciudades. La foto finish de una trampa recaudadora ha determinado con exactitud que un conductor al que conozco pasó un semáforo en rojo por 1.371 milésimas de segundo, es decir, un segundo y, apenas, cuatro centésimas. El ojo humano no podría asegurarlo pero sí el ojo robótico instalado en un semáforo para prosperidad de los talleres de chapa que arreglan las colisiones por alcance y de la recaudación municipal que valora en 200 euros y cuatro puntos esas 1.327 milésimas de segundo que ni provocan accidente ni obstrucción.

Sale el segundo a 145,88 euros. En 2009 se calculó lo que ganaba Bill Gates, fundador de Microsoft, y salían 250 dólares al segundo (20 millones al día, para hacerse una idea, si hay manera de hacerse una idea con cantidades que la mayor parte de las personas no gana en una vida). Para cualquier conductor de a pie que le valoren económicamente un segundo de su vida a un precio que le acerca por la vía del dinero (como nunca más podrá aproximarse) al hombre más rico del mundo es algo para presumir. "Hola Bill, permíteme que te tutee".

La faena es que esa valoración no la hacen para darte ese dinero sino para quitárselo. La mayor parte de la gente que conduce, incluida la que conduce mal durante 1.371 milésimas de segundo sin consecuencias, tiene que trabajar, en buen caso, toda una semana para ganar esos 200 euros. Varios millones de españoles no llegan a ese caso. 1.371 milésimas de segundo sin consecuencias no pueden convertirse en un mes que acaba dos semanas antes, en peor nutrición para una familia. Hay que devaluar las multas.