Sí, hombre, si ya lo sé: que los libros están para venderse y dar pasta, que al autor se le ha perdido el respeto, que si quiere mimos que se los dé su mamá, que la literatura hoy es espectáculo y adaptación televisiva o no es, que los tiempos están cambiando y hasta Bob Dylan está cambiando. Ya lo sé. Ya sé que muchos de aquellos gentilísimos y gentilísimas relaciones públicas de las editoriales se han ido al paro para nunca más volver y que su puesto lo ocupa ahora una especie de sargento riguroso (pleonasmo) que detesta a los escritores de por sí y más aún si no producen pingües beneficios. Ya lo sé. Pero digo yo que se podía disimular un poco que el mercado es el único dios y los directores de "marketing" sus únicos profetas. Y, si no fuera mucho pedir, podrían muchos de estos hablar medianamente bien la lengua en la que editan.

Buscando el otro día una emisora donde no hubiese tertulianos, se me fueron los pulsos cuando me topé con una entrevista a cierta directora de "marketing" de cierta editorial hispana en la que la buena mujer luchaba a brazo partido contra el castellano o español y acababa perdiendo. La palabra "montón", por ejemplo, no se le iba de la boca. Todo era "un montón": un montón de personajes, un montón de autoras, un montón de colecciones, un montón de argumentos€ Decía cosas incomprensibles con palabras españolas pero con sintaxis búlgara, lapona o qué sé yo. Así, si le preguntaban sobre literatura romántica, respondía que "la literatura romántica lo que lleva es unas características de una novela bien escrita€", lo que sigo hoy sin saber qué significa. Naufragaba en la concordancia gramatical: "es una novela ambientada en muchas diferentes paisajes, sitios, formas", con ese "muchas" cuantificando indefinidamente a masculinos y femeninos, aparte de que también sigo sin saber ahora mismo qué sería una novela ambienta en "diferentes formas". ¿Un error pasajero? ¿Los nervios del directo? No. Insistía la directora en sus patinazos: "Lo que sí tratamos es que€". Insistía: "Le dan a la historia un ente de historia, de narración, de relato, al fin y al cabo de novela". Insistía: "Cuando yo viajaba a México, la primera palabra que te decían es "Corín Tellado"", que son dos palabras, me parece a mí, amén de haberse perdido por el camino y de nuevo la concordancia. Hacía gala, en fin, de su innecesaria querencia por verbo "estar" seguido de gerundio, tan inglés, tan internacional, tan frecuente ya en los neohablantes del neoespañol, tan rematadamente cursi: "Está siendo número uno en las listas de libros más vendidos" o "desde aquí felicito a las lectoras por su seguimiento que está teniendo con ella", frase esta última que ya se alza con el primer premio al disparate agramatical. ¿Qué les habrán hecho los modestos "es" y "tienen"?

Las ventas le parecían ir muy bien a la empresa de la directora de "marketing", de lo que mucho me alegro. Sin embargo, no podía evitar esa mujer traslucir que vendería lo mismo libros que crema de afeitar: todo es mercadería, como el mismo lenguaje usado revela. Uno de sus autores estaba "funcionando muy bien", o sea, vendiendo mucho; no contaba su sello libresco con "colecciones", sino con "líneas": "tenemos una nueva línea", como en las tiendas de ropa. Y culminaba: "Nuestro "target" la mayoría es femenino", donde tira de anglicismo, donde tira de anacoluto, donde tira por los suelos el idioma en que edita su casa comercial.

No obstante, algo saqué en limpio de la entrevista. Al parecer, están de moda las novelas de "romance paranormal", y eso sí que no me lo voy a perder. Propongo un montón de títulos para el montón de autores del montón que las cultiven: "No me beses con psicofonías", "Abducción desengañada", "Los cazafantasmas celosos", "Despecho extraterrestre", "¡Poséeme, zombi!", "La vidente huerfanita". ¡Que me apunten en ese "target"!