Suelo tropezarme con su ocre y aguda mirada casi cada tarde, cuando paseo a mis perras por un parque cercano a casa. Es un pequeño halcón (en concreto, un cernícalo o xoriguer), bien adaptado como muchos de sus congéneres (¡que remedio!) al medio urbano que hemos ido construyendo sobre sus cotos de caza tradicionales. Desde la parte superior de una farola otea los parterres a su alrededor, y solo me presta atención brevemente, como calculando si constituyo un peligro a tener en cuenta. Aunque intento frenar a las perras, una de ellas, cuando lo descubre, suele asustarle con sus ladridos, por lo que el ave se aleja prudentemente, planeando unos pocos metros hasta otra improvisada atalaya desde donde localizar a sus presas: roedores, pájaros o pequeños reptiles. Cada día, cuando se aproxima la hora del paseo, me sorprendo a mí mismo pensando en si lo veré. Me gusta observarlo mientras realiza su actividad cotidiana. Creo que hay algo elegante en la forma en que caza: quedándose inmóvil en el aire, casi mágicamente, durante segundos y lanzándose después en picado. Y también algo noble, porque lo hace solo para alimentarse o, en ciertas épocas del año, para alimentar a sus polluelos.

Siempre he creído, por ello, que usar el término "halcones" en medios políticos (como sucede habitualmente sobre todo en Estados Unidos) para calificar a quienes, en contraposición a las "palomas", son demasiado proclives a solucionar los problemas por la vía de la guerra, es una costumbre bastante injusta. Los halcones, como el resto de depredadores, cazan sólo por necesidad y para subsistir. Jamás de forma gratuita. Algo, esto último, reservado en exclusiva al conocido como Rey de la Creación: el ser humano.

Reconozco que no soy de los que opina que la violencia es siempre per se algo negativo. Creo que es sólo un instrumento: buena o mala dependiendo del modo y circunstancias en que se emplea. Y que, aunque debería ser siempre el último recurso, no es negativa si se usa de forma proporcional, legítima y justa (por ejemplo, como defensa). Y, en lo que se refiere a otras especies, también declaro que si me viera en un medio salvaje y hostil, sin ningún otro recurso para obtener sustento básico, seguramente sería capaz (aunque no me gustaría) de matar a otros animales con mis propias manos, si ése fuera el único medio de poder alimentar a mi familia o a mí mismo. Decir otra cosa sería hipócrita.

Ahora bien, confieso que nunca he alcanzado a comprender dónde está la gracia de cazar por deporte. Es decir, de matar por diversión. De quitar la vida a un ser que instantes antes vivía (con todo lo que eso supone): respiraba, sentía, mantenía relaciones sociales (a su nivel), familiares, etc.; y de pronto, uno o varios disparos después, todo eso ha desaparecido, está muerto, es decir, ya no está, no existe. ¿Cuál es la explicación de que eso divierta a tanta gente? De verdad que me he esforzado en entenderlo, pero no lo consigo. Y, a tal efecto, me es indiferente que se trate de conejos y pájaros indefensos, o bien de un elefante acorralado o un pobre oso al que colocan ante el punto de mira del rifle de un acomodado tirador. Que por mucho pisto que se den algunos de esos "deportistas", tampoco es que se enfrenten a un león armados con una simple lanza.

Por eso el otro día, tras haber disfrutado unos momentos antes de la presencia de mi vecino, el pequeño halcón, me llamó tanto la atención ver una fotografía publicada en Diario de Mallorca en la que alguien posaba orgulloso junto a centenares de pájaros recién muertos. Lo más inquietante es que los diminutos cadáveres aparecían cuidadosamente alineados en interminables filas e hileras, en una suerte de siniestra formación inerte que alguien se había ocupado de construir para inmortalizar (macabra ironía) el momento. Al parecer, la imagen había sido colgada en una red social por su ufano autor (¿también de la matanza?); y ello, según la noticia, iba a dar lugar a que los hechos fueran investigados por las autoridades, ya que incluso en la caza hay unas normas y unos límites que deben ser respetados.

¿Por qué a muchos seres humanos les gusta matar por matar? ¿Desde cuándo ocurre? ¿Cuándo dejó de hacerlo el ser humano para subsistir, y empezó a ejecutarlo como mera diversión? ¿Ocurrió cuando una chispa de inteligencia "superior" tocó caprichosamente nuestros protuberantes cráneos prehomínidos? ¿Es el ser humano, como afirmaba el antropólogo Raymond Dart, un simple "mono asesino"?

Me pregunto en muchas ocasiones si, a la vista de nuestro comportamiento como especie, merecemos de verdad ser calificados como racionales. Y me respondo que sí. Aunque me temo que, como cantan los Siniestro Total (no sólo músicos, sino auténticos filósofos del cambio de milenio), si somos seres "racionales" es tan sólo porque pedimos "raciones" en los bares.