El pintor ruso Piotr Pavlenski se clavó los testículos a los adoquines de la Plaza Roja de Moscú para protestar contra el Kremlin el Día de la Policía. Llegó, se desnudó, sacó los clavos, martilló con buen cuidado de no hacerse daño en los dedos y se quedó sentado porque no le salía de los testículos levantarse. Su acción era una "metáfora de la apatía, indiferencia política y fatalismo de la sociedad actual rusa". Como la metáfora es más de artistas que de policías, el cuerpo (represivo, se entiende) sólo supo ver el "comportamiento de un enfermo psíquico". La policía rusa tiene mala fama pero no porque considere loco al que se clava los huevos al suelo sino porque si lo hace ella con un detenido lo considera un servicio al orden social.

Aunque no haya por qué diferenciarlo, no queda claro si el pintor estaba haciendo arte o protesta, performance o manifestación. La enseñanza general de que quien quiera llamar la atención debe clavarse las gónadas a un adoquín de la Plaza Roja no es probable que sea muy secundada. Femen ha quedado muy atrás y es mejor no pensar en que quieran ir más allá de este hombre que ha puesto el listón muy alto y el escroto muy bajo, este hombre que desea una sociedad mejor pero tiene los cojones bien pegados al suelo.

Su acción, artística o reivindicativa, o ambas cosas, ha logrado conmover, producir sensaciones, no dejar indiferente y eso es función de la comunicación y del arte. Sí, no sólo se ha de conmover con la belleza. El arte trabaja mucho el asco en las últimas décadas, incluso el asco que da la especulación en su mercado. Lo que Pavlenski logra es despertarnos la grima, palabra de origen dudoso y significado insuficiente, sinónimo de desazón, disgusto y dentera. La grima es una dentera que no se siente en los dientes. El régimen ruso, que considera al artista un loco, después de tratarle le encarcelará. ¿No es de locos?