Probablemente los madrileños no merecen a una alcaldesa tan inepta como la señora Botella. La ciudad hecha un hediondo estercolero, con riesgos para la salud y suculentas tentaciones al vandalismo incivil, no puede permitirse tantos días debatiendo si las empresas implicadas, de limpieza o de recogida de basuras, son galgos o podencos, si admiten o no modificaciones presupuestarias, si las convierten en un ERE salvaje que pone en pie de guerra a sindicatos y trabajadores, etc. Y mucho menos dejar pasar más días sin que el Ayuntamiento asuma los servicios, o comparecer a la defensiva en rueda de prensa, respondiendo lo que quiere, omitiendo lo que no le gusta, desviando temas y mostrando en gesto y voz una antipatía altanera. Y eso que no fue elegida para la alcaldía, que si llega a serlo habría que oirla.

Lo que está ocurriendo con las basuras madrileñas ejemplifica algunos porqués del descrédito de la política. El esposo de la alcaldesa ha perdido toda autoridad en su partido, que lo ignora de aguantarle todas las genialidades imaginables. Si ella se creia blindada como "señora de", ha tenido sobradas ocasiones de testar la desafección popular por sus actitudes y torpezas en temas como el de la capitalidad olímpica 2020, donde hizo el ridículo con auténtico virtuosismo, en tragedias como la del Madrid Arena, con los violentos abucheos que mereció su presencia en la vigilia del primer aniversario, o como éste de las basuras, que dimensiona fehacientemente su incapacidad de reflejos y sus déficits de relación empática con administradores, periodistas et alia.

Pero no dimitirá. No lo hace ni Wert, cuya ley está virtulamente abortada mientras Europa califica de "basura" algunas de sus manifestaciones sobre becas. El abucheo, acomañado a veces de insultos inaceptables, se ha universalizado como cultura del rechazo. El rey y su familia son abucheados, como el presidente del Gobierno y sus ministros, los políticos que se cuelan en las manifestaciones de las víctimas del terrorismo tras el bochornoso fallo de Estrasburgo y sus consecuencias, algunos jueces, los sindicalistas andaluces, etc. Es una forma de rebelión, pero si no hay correcciones la revolución empieza a pulsar con estruendo. En ´L'homme revolté supera Camus el dilema primando la rebelión, nos recordaba Angel Gabilondo en una reciente y memorable conferencia. Seguramente es lo menos malo, pero sus gestos característicos ya están en presencia y apretando cada día más.