La Conferencia Política ha dado impulso psicológico y mediático al Partido Socialista, cuyos miembros y simpatizantes deben sentirse reconfortados y con más autoestima. "El PSOE ha vuelto" es en este sentido literal, ya que la derrota de 2011 supuso un éxodo masivo de las bases y el eclipse de la cúpula, arrinconada como nunca antes en toda la etapa democrática. Sin embargo, la euforia del reencuentro, precedido de una autocrítica muy pertinente, no es suficiente para asegurar que la opinión pública ha devuelto el crédito a los socialdemócratas.

En efecto, la impresión general -que sin duda quedará confirmada a través del libro de Pedro Solbes, "Recuerdos" que está a punto de llegar a las librerías y del que ya se ha publicado un adelanto- es de que durante la travesía de la crisis se cometieron graves equivocaciones en materia de política económica, que a punto estuvieron de abocarnos a un rescate a la griega. Se minusvaloró la amenaza y se implantaron políticas de demanda que no funcionaron y lanzaron el déficit a límites inabarcables. Finalmente, el Gobierno tuvo que reconocer sus errores, que aceptar el drástico recorte de mayo de 2010 y que plegarse a la exigencia europea de constitucionalizar la preferencia de la deuda externa sobre cualquier otro compromiso.

La memoria de aquellos hechos suscita en el elector una lógica desconfianza a la hora de encomendar de nuevo al PSOE la economía nacional. Y ello obliga a los socialistas a actuar con extrema delicadeza y con gran realismo en esta materia sensible, después de que la derecha en el gobierno haya invocado tantas veces, a veces con razón y a veces sin ella, la herencia recibida para justificar los sacrificios que ha impuesto a toda la población.

Sin embargo, las conclusiones de la Conferencia Política no proporcionan ese elemento tranquilizador que necesita el principal partido de la oposición para recuperar la confianza de una mayoría. La ´reforma fiscal´ que se aprobó en la propia conferencia y que se dio a conocer en las conclusiones finales es un boceto bien intencionado pero insuficiente que pretende recaudar 50.000 M€ más sin subir impuestos y declarando exentos a los trabajadores con hijos a su cargo y con una renta inferior a 16.000 € anuales. A los especialistas se les habrá torcido el gesto. Asimismo, la pretensión, también explícita, de que las rentas del capital tengan el mismo tratamiento que las del trabajo constituye un objetivo magnífico pero probablemente irrealizable en un mundo globalizado. Igualmente, limitar los salarios del sector privado o derogar sin mayores miramientos leyes económicas que ya han producido efectos y generado derechos no son enunciados posibilistas.

Existe sin duda una política económica alternativa a la de los conservadores europeos, que debería parecerse mucho a la que está aplicando Obama en los Estados Unidos y que en la UE debería llevarse a cabo a través de la coordinación de las formaciones socialdemócratas, pero esa política distinta, que haga primar el crecimiento y el empleo, no puede improvisarse: requiere pericia, prudencia y arrojo para que pueda ser asimilada por la Unión Europea y no genere reacciones traumáticas que anulen los efectos de los esfuerzos ya realizados. Un programa económico progresista requiere, en fin, cuidadosa elaboración y grandes dosis de sensatez para que no tenga efectos contrarios a los que se pretenden y sea compatible con nuestra pertenencia a la Eurozona, que ya no es opinable. Quizá el propio Solbes podría dar a sus epígonos algunas clases de cómo hacer ahora una política alternativa a la de Rajoy sin poner en riesgo el proceso de salida de la crisis.