Esperanza Aguirre, siempre locuaz y desinhibida, encontró su horma en la agilidad mental y verbal de Ana Pastor durante un remarcable espacio televisivo del último domingo. La ex-casi todo, que blasona de no tener pelos en la lengua, se atoró varias veces en las fórmulas precocinadas por el PP para hablar de la trama Gürtel, el escándalo Bárcenas, los despilfarros clientelares de TeleMadrid, la privatización de la sanidad pública, etc. La previa encuesta sobre las mentiras o medias verdades de los políticos parecía subrayar en el discurso de Aguirre omisiones, silencios, e inverosímiles "desinformaciones" de las cosas que ocurrían en su esfera de responsabilidad a lo largo y ancho de nueve años de presidencia de la Comunidad de Madrid. En suma, una entrevistadora fulminante y una entrevistada que, previsiblemente, no repetirá después el frustrado intento demostrativo de que no le tiene miedo a nadie, ni siquiera a la Pastor. ¿Se imaginan a Cospedal en trance análogo?

El Tribunal de Cuentas informa de que diecisiete partidos políticos españoles están en quiebra. A las empresas quebradas no les queda otra que el cierre, la administración concursal o cualesquiera formas de liquidación, evidentemente ajenas, todas ellas, a la supervivencia asistida de los partidos. Diecisiete de ellos en un país donde solo dos se alternan en el poder, con el añadido de tres o cuatro nacionalistas que lo hacen con bisagras sin tocar jamás la mayoría absoluta, parecen demasiados. El que se pregunte para qué sirven deberá tener en cuenta los derechos de las minorías. Si inquiere su modus vivendi, la cosa cambia. Ninguno, grande, mediano o pequeño, vive de las cuotas de sus afiliados. Los que reciben financiación privada quedan tiesos al primer tropiezo electoral. Y si van tirando con ayudas públicas, llega el caso de preguntarse para qué sirven, a título de qué se nutren de nuestros impuestos, etc. Pensemos en el demencial aquelarre de un Parlamento con diecisiete partidos, más los que no están en quiebra...

Curiosamente, el partido conservador está en baja pero sigue siendo el primero en intención de voto, mientras que su presidente, que lo es del gobierno, solo merece el puesto undécimo en el ranking de líderes. El partido socialista baja como segundo, pero tiene a su líder en el sexto lugar de la escala. No es muy clara la lógica de estas dicotomías, salvo a la misteriosa luz del carisma personal que define a un líder. En el concreto momento de la última encuesta del CIS, la ideología conservadora superaba a la progresista, mientras que el cabeza de la primera aparecía muy por debajo del de la segunda, quien, por cierto, necesitó de un sonado cónclave para convencer a los suyos de que, por ahora, no hay más líder que él. Y las contradicciones no acaban en esto. El menos valorado es mucho menos discutido en sus filas que el más favorecido en las propias. Temas interesantes para la psicosociología política.