Ya era difícil acuñar expresiones ingeniosas antes de internet, por defecto del cerebro propio. Con la aparición de la red se ha hecho imposible, por exceso de la masa cerebral ajena. Cuántas veces no habré encontrado un apelativo aceptable o incluso brillante, de los que que corres a apuntar en prevención de las urgencias cotidianas, para experimentar la desolación de que en Google aparezcan 283 menciones anteriores de la genial idea. Creo escuchar su respuesta colectiva a esta desazón, "pues no consultes y suéltalo sin más". La electrónica se opone a la honestidad personal.

Por ejemplo, contemplando el juego vaticanista del Madrid y la sumisión de su entrenador a las insinuaciones presidenciales, se me ocurrió la expresión "Cardenal Ancelotti". Pronto se cernió una nube sobre mi creatividad, al calcular las 2.145 menciones en Google y una portada en La Gazzetta dello Sport. Imaginen mi euforia, al introducir al "Cardenal Ancelotti" en el buscador y recibir el mensaje "no se ha encontrado ningún resultado para ´Cardenal Ancelotti´". Era mío, una pepita de oro.

La corrección de las deficiencias ortográficas y sintácticas se suma ahora a la vigilancia de los contenidos, para no incurrir en apropiaciones indebidas. Borges se quedaba corto al hablar del lector que escribe el libro durante su lectura, porque algún lector ya lo ha escrito antes de su lectura. No está todo dicho, sino que todo se está diciendo en este mismo instante. En la jungla de internet, el creador de una idea no es su inventor, sino quien dispone de la capacidad artillera para difundirla con más fuerza. Si "Cardenal Ancelotti" adquiere mayor resonancia en tu twitter que en este humilde artículo, te pertenece para los siglos de los siglos, al igual que Elvis o los Beatles se cebaban de canciones de otros. El inevitable Oscar Wilde escuchó una expresión feliz en una reunión, y se lamentó:

-Cuanto me gustaría que esta frase se me hubiera ocurrido a mí.

A lo cual le replicó un contertulio:

-No te preocupes, Oscar, se te ocurrirá.