Més enmarca la propuesta más excitante de la izquierda mallorquina en democracia, por encima del Bloc. La conjunción de un PSOE predestinado a UCD con la marea verde educativa obliga a la coalición a plantearse el liderazgo de escaños progresistas en el Parlament, el sorpasso. Para ello deberá atraer a los votantes socialistas clásicos, aparte de adentrarse en las estepas centristas. De lo contrario, el ceniciento pasado pesemero se fundirá en gris futuro mesemero. Por desgracia, las izquierdas se sienten en la necesidad de reformar a sus votantes, en tanto que las derechas se limitan a aceptarlos como son. Més no tiene nada que demostrar en nacionalismo, si lo degrada a patriotismo disminuye su radio de acción. Así ocurrió cuando Fina Santiago, la política más en forma de Balears, se vistió el niqab de la cuatribarrada durante un pleno del Parlament.

Se alegará que el delirio tardofranquista de la Ley de Símbolos o Chirimbolos justificaba la reivindicación de Més. Se recordará que José Ramón Bauzá ansía envolverse cual matador en el capote de la bandera rojigualda, cada vez que interviene en el Parlament. Todas sus leyes coloniales -Turismo, Urbanismo, Trilingüismo, Españolismo- se concentran en expresar su hondo desprecio a Mallorca y su propósito de banderizarla. Sin embargo, Més confunde el distanciamiento con la especularidad, al liarse con la cuatribarrada embestida por el farmacéutico.

La política engendra curiosas conjunciones y locuciones. Así, las acusaciones de catalanismo refuerzan a Més, las exhibiciones de catalanismo la debilitan electoralmente. Las masivas protestas en curso han arriado por estrategia las banderas de sus movilizadores. Recoger esa cruz y enarbolarla implica disuadir a miles de mallorquines, que se han planteado seriamente el arriesgado salto. Claro que cabe excusarse en el vértigo por el tránsito del testimonial kumbayá del PSM a un horizonte ignoto. Ningún trapo amortiguará este vuelco del corazón.