Cuando ella te dijo "Te quiero", hiciste bien en mostrarte alegre, pero no debiste creértelo. Sin embargo, cuando ha sentenciado "Ya no te quiero", ten por seguro que te ha dicho la verdad, una tan grande como un templo e irrevocable, al contrario que la primera afirmación.

Al principio ella quería saberlo todo sobre ti, sobre tu pasado, y más aún sobre tu pasado más inmediato. A ti te gustaba y pensabas que se interesaba realmente por ti. Estabas a años luz de saber que aquello era en realidad un interrogatorio. Ni siquiera te molestaste en hacerle a ella una sola pregunta. A aquel inolvidable "Te quiero," le siguió un "eres mi hombre." que te hizo perder del todo el sentido, hasta el punto de no darte cuenta de que estabas babeando sobre tu propio currículum.

Hoy te cuesta entender que "Ya no te quiero" no es una afirmación, ni siquiera una negación, sino una sentencia sin posibilidad de indulto. Ahora eres tú el que preguntas, pero no obtienes ni una respuesta. Tratas de borrar el tiempo transcurrido entre lo primero y lo último que te dijo y te resulta imposible casar ambas frases; no puedes creer que salieran de los mismos labios y fueran dirigidas a la misma persona. Tu primer sentimiento, más que el desamparo y la soledad, es el de culpa. Vuelves a abrir el cuaderno del tiempo transcurrido y reconoces todos tus errores, pero también cómo te entregaste a ella y, más doloroso aún, lo que ya jamás podrás darle y estabas dispuesto a entregar.

La tristeza no deja que la enorme cola del paro te intimide. Permaneces de pie, resignado, y tratas de inhalar unas moléculas de orgullo para evitar el lagrimeo incipiente. De pronto, una voz familiar te susurra al oído "¿Pero qué haces tú aquí?, ¿acaso olvidaste que existe una colmena sin un militante en tu patética situación? Tan sólo tienes que acercarte a su sede, rellenar los impresos y pagar mensualmente la cuota con tu nuevo salario. Mírala, está justo ahí y no hay nadie haciendo cola. Ella te está esperando". Es una locura, piensas. Pero estás desesperado.