Faltan pocas semanas para que Edward Snowden acceda a la calidad de líder moral en la mayor parte del mundo, frente a la otra parte que le condena como traidor. Eludiendo entrar en disquisiciones ideológicas, parece indudable que, sin sus revelaciones, seguirían los EEUU metiendo la nariz en los secretos de sus amigos y aliados, mientras que estos, ignorantes o no del exceso, estarían calladitos y olvidados de reivindicar internacionalmente algo tan importante como el respeto a sus estructuras de seguridad. Hasta el impresentable Cameron, doméstico más que amigo del fisgón „y, al parecer, único líder que no es fisgado„ firmó en la UE de los 28 la exigencia de regular y moderar consensuadamente los límites del espionaje cibernético, una más de las grietas de civilización causadas por el desarrollo de la Red (junto a sus beneficios innegables) al abrir una desmesurada forma de desequilibrio, ventajismo y manipulación hegemónica.

Hasta ahora, el único descargo no ambiguo de EEUU ha sido señalar a los servicios secretos de Francia y España como suministradores de millones de conversaciones "pinchadas". ¿Qué explicación tiene esto? Nadie ha facilitado una razón ni una clave convincentes. El rechazo oficial de la intromisión norteamericana suena a hueco, como si fuera un trámite enojoso cuyos resultados ni se esperan ni se desean.

Políticos, intelectuales y artistas alemanes de primerísima división (Enzensberger, Schlöndorff, etc.) piden que el extécnico de la CIA y la NSA informe en territorio alemán de todo cuanto sabe sobre un espionaje procaz que no duda en pinchar el móvil personal de los líderes elegidos por el pueblo. Si esto ocurre, y Snowden parece predispuesto, la condición de traidor que le imputa su país quedará desactivada por el más potente de Europa, pieza clave en el proyecto de libre comercio por el que pugna Washington.

El abogado de Snowden ha declarado que está igualmente dispuesto a revelar todo lo que atañe a España. No aceptarlo es como negarle toda credibilidad, pero en este caso las quejas formales, llamadas al embajador y demás, se delatarían como burdo paripé. Nada bueno, cuando nuestro país ha sido señalado como chivato auxiliar de la NSA y ya es irrenunciable saber a qué españoles ha espiado, con qué autoridad moral ni política, y con qué finalidades.