El otro día, y refiriéndose a la especie humana en general, oí al divulgador científico Manuel Toharia definirnos como "monos listos". Se hablaba del miedo que muchos tienen/tenemos a las serpientes, y él lo remitía a un terror atávico heredado de nuestros ancestros, que eran más monos que listos hace unos cuantos miles de años. Pero a mí no me queda claro que sus descendientes hayamos invertido las proporciones. Es decir, creo que esa autocomplacencia del ser humano en su pretendida listeza es una muestra más de la tontería que nos rebosa. Cuesta creerse listo, por ejemplo, cuando, junto a los asombrosos avances técnicos que hemos creado, hacemos crecer nuestra capacidad destructora en proporción igual o incluso mayor. Echando la vista atrás, a su escala el hombre prehistórico sembraba el caos en dosis pediátricas; los asirios ya montaban saraos más tremendos, y las guerras de la Edad moderna podían tener en jaque a un continente durante décadas. Pero ni siquiera la Primera guerra mundial conoció la refinada salvajada del napalm a lo bestia, y la Segunda se habría quedado boquiabierta ante la exquisita delicadeza de un avión sin tripulante, que elige el blanco y deposita su carga sin romperlo ni mancharlo. Ha pasado el tiempo, pero el principio es el mismo. Y mientras apliquemos nuestra listeza a semejantes progresos, mucho me temo que seguiremos siendo clase de tropa animal, sin más adornos.

Pero vayamos a otros campos, como la psicosis de espionaje que nos invade. Ante todo, precisemos, el espionaje no es fruto de nuestra imaginación. El presente de indicativo del verbo espiar se conjuga por todas partes, en algunas, eso sí, con inmensa profusión de medios. Dicho esto... nos quedamos como estábamos. Porque espiar se ha espiado desde que el mundo es mundo; lo que ahora asombra no es tanto el concepto como la cantidad. Que Estados Unidos se haya hecho con millones de llamadas telefónicas o mensajes por Internet es algo perfectamente concebible dados los adelantos técnicos; lo que sorprende es que haya espiado a los "suyos", y sin tasa. Y lo que da morbo, que haya pillado los datos de Angela Merkel. Nos ponemos como hidras ante esas cifras gigantescas, y sin embargo nos pone el cotilleo, la casquería menuda, el espionaje al pormenor de la vieja del visillo. Más allá del alarde de hipermercado de los servicios secretos norteamericanos, nos queda por saber lo más importante: cuáles serán las consecuencias de ese macroespionaje. Supongo que ya iremos conociéndolas.

El premio al empleado del mes se lo lleva el presidente venezolano Nicolás Maduro con su "Navidad temprana", que en Venezuela empezó por decreto el viernes pasado como paso para dar al pueblo la "suprema felicidad social". ¿Será ése el motivo de que también por aquí las tiendas lleven ya semanas exhibiendo juguetes, dulces y adornos navideños?