Leo que 55 órdenes religiosas y entidades católicas catalanas han entregado a la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, un manifiesto de adhesión al Pacte Nacional pel Dret a Decidir y en defensa de la autodeterminación de Cataluña.

Nunca había dudado de que entre los autodeterministas habría católicos, agnósticos, testigos de Jeová, ateos y un número indeterminado más de adscripciones religiosas, pero me quedo perplejo ante esta toma de postura explícita y corporativa a favor de las tesis nacionalistas.

Porque, ¿qué quiere expresarse con esta adhesión? ¿Que quienes no se han adherido son malos católicos? ¿Que los españolistas no son bien vistos en la fraternal cohorte de los seguidores de Jesucristo? ¿Que no tendrán cabida en el reino de los cielos? ¿Que Dios está con los nacionalistas? Hacen mal quienes dicen seguir una ética religiosa entremezclando su credo trascendente con la prosa de la política. Porque este país tiene mala experiencia de pasadas cruzadas en las que también la Iglesia católica se adscribió a un bando, lo que lógicamente la hizo partícipe de las consiguientes banderías.