Si algún ingenuo cree que a un tipo como Lou Reed se le entierra en dos patadas va listo. Aunque hace varios días que se fue al otro barrio no he dejado de recibir mensajes evocando su figura. Y el balance es desconcertante. Algunos amigos lo consideran un fraude y otros un genio. La cosa es tan rara en estos tiempos, donde los juicios son planos y tienden a la unanimidad, que he elegido dos perlas al azar. Veamos: "El tío era un fraude absoluto (al menos, Leonard Cohen, se cree su propio rollo místico-depresivo). Reed no era un cantante, ni un guitarrista, ni un compositor, ni un poeta. Llevaba 40 años viviendo de rentas, siendo adorado como un semi dios por el único motivo de haber sobrevivido a la Velvet Underground. Sí, la Velvet fue lo que fue: un remolino fugaz de luces cruzadas, un relámpago de visiones salvajes. Luego Reed intentó venderse a los mercaderes (Transformer) y jugar a engañabobos al estilo Bowie en la escena punk. Y luego (eso sí lo consiguió) pasarse treinta años rascándose las bolas y jugando con las nuestras con su puto acorde de Re mayor." Bello epitafio, sin duda.

En el polo opuesto: "Mi novio y yo llevamos tres días oyendo Transformer, viendo documentales de cómo se grabó, diseccionando sus conciertos. Ha sido nuestro modo de acompañarlo hacia la luz. Lloro con sus fans y me maravillo de lo mucho que significó en mi paso a la vida adulta. Todos somos deudos de Lou, y eso nos hermana" Para zanjar el debate voy a rescatar unas líneas del obituario que este mismo jueves publicó su mujer en el East Hampton Star: " Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros."

¿Qué debemos pensar? A cierta altura de la vida lo más importante no es lo que uno sigue haciendo-quizá repitiéndose y copiándose de manera lamentable-sino cómo van a despedirnos los que nos quieren y creen que hemos seguido haciendo algo nuevo cada día. Lou Reed tuvo esa suerte. Aunque su momento de gloria hubiera pasado, nada quita que en su casa tuviera a alguien-Laurie Anderson nada menos- que le veía aún como aquel cisne negro, hipnótico y canalla, que pegó fuego a los antros del Village. El mismo que acabó de un plumazo con el rock inglés por un lado y con las bandas de rock psicodélicas de California por otro, poniendo a Nueva York en la escena mundial. Al final la clave no es hacer una canción con sólo dos acordes-lo mismo valdría para un cuadro con dos colores o un poema de pocos versos-sino tener los arrestos para defenderla hasta la muerte. Y en esto era un lince. Take a walk on the wilde side, tíos.