La peor noticia del año -las malas noticias abundan en la misma proporción que los hongos- ha venido de un terrible accidente ferroviario y, sin embargo, no perdemos la confianza en el tren como medio fiable de transporte. El tren ha permitido desplazarse a media humanidad antes de que existiese la aeronavegación comercial, y su contribución a la literatura y el cine es de lo más apreciable. El ferrocarril cambió el paisaje, la concepción del tiempo y la distancia y, en Inglaterra, en seguida pasó a convertirse en una parte importante de la ficción victoriana. No pocos autores de esa era situaron el ferrocarril como elemento insoslayable en sus novelas. Elizabeth Gaskell en Norte y Sur o George Meredith, en The Ordeal of Richard Feverel, son dos ejemplos que inciden en un medio que vino a revolucionar el mundo y tuvo un colosal impacto financiero.

No he leído grandes novelas sobre viajes en avión ni he visto tampoco películas que merecieran especialmente la pena que tuvieran al aeroplano como protagonista. Sin embargo, guardo recuerdos imborrables de Orient Express, de Greene; Asesinato en el Orient Express, de Agatha Chistie; Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, llevada al cine por Hitchcock, o Breakheart Pass, de Alistair McLean. Si repaso los versos de Night Mail, de Auden, me siento descender desde los páramos hacia el río Clyde. De las primeras cosas que hice en Estambul fue ir a la Estación Sirkeci para ver adonde llegaba el legendario tren que procedía de Ostende.

Ahora, los chinos anuncian para 2020 un tren bala dispuesto a volar a través de diecisiete países, que conectará Pekín con Londres. El impacto financiero de la operación será superior al de la era victoriana -los chinos están dispuestos a correr con el gasto de la costosa infraestructura a cambio de la explotación de los recursos naturales de los países que se beneficien de la alta velocidad- pero no el emocional. Los trazados ferroviarios siguen influyendo sobre la concepción del tiempo, que nos ahoga, y la distancia, que nos separa. El paisaje es otra cosa; apenas es ya susceptible de cambios.