Hace dos noches, a eso de las tres o las cuatro de la mañana, oí un ruido muy raro desde la cama. Era un ruido casi líquido, como el que podría hacer un pez en una pecera -o mejor aún, como el que imaginamos que haría un pez en una pecera-, y sólo después de despertarme del todo me di cuenta de que pertenecía a un "whatsapp" que alguien acababa de enviar a un móvil. Me pregunté quién estaría enviando mensajes a aquella hora, y con qué motivo, y qué idea del mundo podía tener alguien que imaginaba que a las tres o las cuatro de la mañana alguien más iba a estar pendiente del móvil, esperando ansioso un nuevo "whatsapp" con un mensaje urgente o una noticia de última hora o un cotilleo que no era capaz de callarse. Luego recordé que aquella noche era la noche de Halloween, y que mi hija había salido disfrazada con un vestido dorado que parecía de bailarina de charlestón, con sus correspondientes largos collares de bisutería, y pensé que debía de haberse dejado el móvil por ahí, en marcha, y que alguien le enviaba un mensaje y sólo yo lo oía desde la cama, medio dormido o medio insomne, quién sabe.

Luego, mientras intentaba volver a quedarme dormido, pensé en esa tecnología que estaba invadiendo nuestras vidas, y que no sólo se colaba en nuestra intimidad a todas horas del día, distrayéndonos cuando leíamos o cuando intentábamos descansar o desconectar de todo, sino que también estaba colonizando nuestras noches y las pocas horas de descanso que teníamos, porque allí estaban esos mensajes anunciados con sonidos líquidos o burbujeantes, como los que hacen los peces en el agua cuando cambian de rumbo. Sí, ya sé que el teléfono también puede sonar intempestivamente a las tres de la mañana, pero si una familia tiene tres móviles con su aplicación de "whatsapp", las probabilidades de que alguno de esos móviles suene en mitad de la noche son aún mayores, ya que sabemos que hay docenas de personas insomnes o aburridas o desesperadas que se dedican a mandar mensajes, no sé si al tuntún o buscando a alguien en concreto, y que quizá sólo dicen "Hola, soy yo", o "Espérame, por favor", o "Te quiero", o "Estoy solo", o cualquier cosa por el estilo.

Pero el caso es que aquel mensaje me había despertado, y mientras intentaba dormirme de nuevo, recordé que mi hija había salido con sus amigas, disfrazada de bailarina de charlestón, y pensé en lo raro que era celebrar la noche de los espíritus como si fuera un animado baile de carnaval, pues era muy raro celebrar la posible llegada de los espíritus con fiestas y bailes, ya que yo imagino a los espíritus como seres más bien tímidos y silenciosos que prefieren un cierto recogimiento y una cierta calma, y que por tanto se deberían sentir muy intranquilos ante tanto ruido y tanta animación. Y también recordé cómo se celebra la noche de Halloween en Estados Unidos, y pensé en los niños que llamaron a mi casa el año pasado, unos disfrazados de calavera y otros de bruja y otros de no se sabía muy bien qué, y a los que tuve que darles los caramelos que había comprado en el Walmart y que ya tenía preparados junto a la puerta (mi vecino me había advertido que allí se consideraba una ofensa seria no dar caramelos a los niños en la noche de Halloween). Y también pensé en las calabazas que decoraban los porches de las casas americanas, y en la madre que había visto dos calles más debajo de la mía, colocando con mucho cuidado las calabazas en los escalones, mientras sus dos hijos pequeños la miraban felices, y por un segundo envidié a aquella madre y a aquellos niños. Y como seguía sin poder dormir, me acordé del color de los árboles que se veían en el jardín de aquella casa, porque había un arce que tenía las hojas del color del fuego, y otro árbol que no sé cómo se llamaba y que tenía las hojas de un amarillo quemado que nunca antes había visto, porque hay pocas cosas tan hermosas como el otoño en el norte de Estados Unidos.

En aquel momento se volvió a oír otro whatsapp que entraba. Casi no tenía fuerzas para ir a comprobar de quién era, pero era la noche de Halloween, y los espíritus andaban sueltos, y mi hija había salido a la calle disfrazada de bailarina de charlestón, así que me bajé con sigilo de la cama y encendí la luz y cogí el móvil y lo miré. No supe de quién era el "whatsapp", porque nunca antes había oído hablar de esa persona, pero el mensaje era muy escueto: "Estoy aquí". "Yo no", contesté, y luego desconecté el móvil y me fui a dormir.