La controvertida artista alemana Isa Genzken realizó una instalación en Colonia alrededor de una muñeca situada bajo una sombrilla de Coca-Cola. Dos figuras de plástico manipulaban al bebé de juguete por control remoto, al mismo tiempo que lo filmaban. La escultora transmitía la redundancia de espiar a un ser del que se domina hasta el mínimo movimiento. La escena suscita la misma perplejidad que contemplar a Washington, porque Obama alega ignorancia, escrutando a gobernantes aliados que no se atreverían a parpadear sin el consentimiento de Estados Unidos. De hecho, han protestado con sordina ante la violación continuada de su soberanía, que prosigue mientras se debate el sexo de los espías.

Obama prometió que escucharía a los ciudadanos europeos, pero nadie sospechaba que la intensidad de este compromiso prestaría atención a todas sus comunicaciones. A distancia, sin colocar engorrosos micrófonos, con la misma frialdad que permite matar desde Estados Unidos a un supuesto líder de Al Qaeda, junto a sus familiares y vecinos. El coloso ha sucumbido a la fiebre de los Big Data, por citar el libro esencial de Viktor Mayer-Schönberger. Los datos han sustituido a los hechos, la información en bruto prevalece sobre el análisis. El almacenamiento de los delirios de los adolescentes actuales permitirá chantajear a los líderes futuros. La asimetría en la intercepción delata la fantasía de las relaciones bilaterales.

Abundan las razones que recomiendan Abundan las razones que recomiendan espiar a Angela Merkel. Por ejemplo, para neutralizar al imperio germánico que debía suplantar la hegemonía de Estados Unidos, en las profecías incumplidas que Lester Thurow propagaba desde Harvard. Ahora bien, a quién se le ocurre espiar a Rajoy, qué directivo de la NSA se tomaría la molestia de recoger las conversaciones de un personaje que no excitaría ni la curiosidad insaciable de Alicia Sánchez-Camacho. Si la Casa Blanca considera que puede extraer información valiosa de La Moncloa, Obama ha entrado en la fase de descomposición que caracteriza a los segundos mandatos de los presidentes norteamericanos.

De hecho, la Casa Blanca es más apetitosa para la NSA que La Moncloa, y a buen seguro que los suspiros de Obama también están recogidos en algún arcón electrónico. Mientras España denuncia tímidamente el espionaje pretérito, las grabaciones digitales en curso demostrarán que el Gobierno español tranquilizaba a Washington entre bastidores, mientras se debatía en espasmódicos aspavientos acusadores. Wikileaks ya desmontó la farsa de las investigaciones empantanadas de los gobernantes y los jueces españoles, más ansiosos por asistir a conferencias con gastos pagados en Estados Unidos que por investigar los excesos cometidos por Washington en el terreno de los derechos humanos.

Rajoy ya ha desempolvado el mecanismo de blindaje que permitió ocultar la actividad en España de los aviones de la CIA especializados en secuestro y torturas. En el primer paso encubridor, la fiscalía anuncia una investigación previa para asfixiar los hechos, donde no cabe descartar que Bárcenas acabe siendo digitado como víctima propiciatoria. A continuación, se selecciona al juez apropiado para ralentizar y enterrar la engorrosa constatación de un espionaje que no supone novedad alguna. Madrid ya autorizó a Washington a instalar antenas en Canarias para seguir el tráfico de comunicaciones en Marruecos, y en Balears para hacer lo propio en Argelia. Un mínimo giro de los artefactos convierte a España en el país espiado.

La actual requisa de datos permitirá conocer los acuerdos alcanzados en la sombra por Rajoy con Artur Mas o Duran Lleida, o la verdad de los sobresueldos presidenciales. A cambio, se asienta en el planeta la atmósfera cenicienta de La vida de los otros. La hiperactividad de la NSA reposa en el absurdo de resucitar al demonio de Laplace, convencido de que el conocimiento absoluto de las partículas del presente autoriza a diseñar el porvenir. Es más probable que la superposición de todos los datos cree correlaciones estrambóticas y aumente la contaminación. Entre los daños colaterales, internet evoluciona desde anárquico instrumento de liberación a arma implacable de dominación. En una edad que ha sustituido los filósofos por disc jockeys, irrumpe un debate sobre determinismo. Aunque la realidad viene controlada y grabada por la divinidad estadounidense, Rajoy haría bien en releer uno de los comentarios de Mahoma. "Confía en Dios, pero ata tu camello".