La encuesta de ´El Periódico´ publicada esta semana confirma que el independentismo estaría experimentando una inflexión a la baja, y de hecho el sondeo ya registra que el 47,2% de los encuestados se siente independentista, frente a un 51% que no experimenta tal inclinación. Este dato revelador casa a la perfección con la fuerte caída de CiU, que bajaría de los 50 diputados actuales a 31-32 (recuérdese que cuando Mas anticipó las elecciones catalanas tenía 62), caída que no se compensa con la subida de ERC desde 21 a 36-38 escaños, de forma que la actual alianza de gobierno podría perder cuatro escaños y quedarse por debajo de la mayoría absoluta. Además, la encuesta aclara que si se rompiera CiU, el 25% de su electorado seguiría a Duran.

Esta pintura a grandes trazos parece acreditar, en efecto, que la euforia soberanista ha experimentado un retroceso, probablemente a consecuencia de una decantación. Sin embargo, estos resultados del análisis de la sociología aplicada no se entenderían cabalmente si no se combinaran con estos otros de la misma encuesta: el 40,3% de los individuos de la muestra desea que Cataluña tenga más autogobierno, el 40% prefiere la independencia y el 16,4% se siente satisfecho con la situación actual. Dicho de otro modo, más del 80% de los ciudadanos de Cataluña no aprueba el actual statu quo y quiere cambiarlo. Estos cómputos deberían desanimar definitivamente a quienes, como Rajoy, piensan que estamos en presencia de una efervescencia pasajera que remitirá sin necesidad de tomar medida alguna o efectuar cambios en el ordenamiento institucional.

Es más: es muy probable que la inflexión del independentismo se deba precisamente al surgimiento de las ´terceras vías´, que iluminan a muchos ciudadanos sobre las posibilidades que ofrece una solución moderada en lugar del trágala soberanista que abre importantes incertidumbres. La postura adoptada por Duran Lleida, la creciente aproximación entre los dos grandes partidos, la actitud cada vez más explícitamente prudente de los empresarios, etc., son elementos que se introducen en el debate maximalista y lo desactivan.

Esta hipótesis tiene sin embargo un envés: si los moderados que efectúan estas propuestas de concordia sobre la base de una reforma institucional de calado que modernice el Estado y otorgue a Cataluña una instalación cómoda no son tenidos en cuenta y se bloquean todas las vías de avance, el independentismo irrumpirá de nuevo con fuerza, y esta vez sin prestar oídos a los bien intencionados centristas.

En períodos de crispada indecisión, suscitados por algunos errores objetivos que conviene recordar y alentados por intereses nacionalistas que se manifiestan a río revuelto, el viento dominante circula a rachas, y tras el turbión del independentismo como única vía practicable de futuro, hoy parece dominar el panorama catalán „al menos el de los medios, como expresión de la sociedad„ la brisa de la transacción y la cordura, que, de persistir, obligaría a Mas a arrojar la toalla y probablemente a retirarse discretamente como un Ibarretxe catalán de las causas perdidas. Pero esos movimientos que parecen espontáneos han sido en realidad inducidos políticamente, de donde se desprende que lo inteligente es jugar a favor de quienes están realizando un esfuerzo ímprobo por recomponer lo que parecía definitivamente quebrado, por reatar lo que en un cierto momento no tenía compostura.