El presidente Rajoy ha consolidado un método de trabajo, bien conocido, que consiste en responder a los problemas con flemática parsimonia, con la convicción de que la mayoría de ellos terminan resolviéndose espontáneamente, sin necesidad de intervención alguna. Dicho procedimiento le ha dado algunos frutos relevantes, como por ejemplo ante la eventualidad del rescate: cuando la mayoría de los actores políticos y económicos le instaban a que hiciera frente a los acontecimientos y solicitara la ayuda europea antes de que fuera demasiado tarde, Rajoy respondió con la indolencia€ Y los hechos terminaron dándole la razón: nuestro país salió adelante sin demandar la pesada carga de la intervención exterior.

Naturalmente, esta regla empírica que utiliza el presidente del Gobierno no tiene contraste. Nada permite asegurar que sea prudente dilatar el abordaje de todos los problemas hasta que se pudran, ni que esta táctica ayude a solucionarlos. Y en algún caso, conviene advertir contra ella porque el paso del tiempo afectará al entorno en que el problema se produce y puede, en ocasiones, agravarlo.

Es el caso de Cataluña. Los actores políticos y económicos se miran perplejos ante la inacción de Rajoy cuando Cataluña arde a ojos vista. Y el método Rajoy está tan consolidado que una parte de la opinión pública ve ya la falta de respuesta como el fruto de una sutil estrategia del jefe del Ejecutivo€ Cuando los pronósticos más evidentes certifican que el paso del tiempo puede llegar a bloquear la cuestión hasta volverla sencillamente insoluble.

En efecto, las tendencias electorales que se desprenden de las diversas encuestas periódicas que se realizan en este país „en el ámbito estatal y en el catalán„ auguran una radicalización y una fragmentación progresivas de las opciones políticas. Si se mantienen los actuales vectores, ni el PP ni el PSOE podrán gobernar en solitario tras las elecciones generales de 2015. Y en Cataluña, se consagra la hegemonía de Esquerra Republicana de Cataluña, la decadencia de la segunda fuerza nacionalista (CiU) y asimismo una fuerte fragmentación del espectro.

Si este mapa político se va consolidando „y es muy probable que lo haga, sobre todo si la recuperación económica no consigue poner de manifiesto que es capaz de reducir el desempleo en un tiempo prudencial„, le declaración unilateral de independencia será inexorable en Cataluña, y la respuesta de las instituciones centrales, debilitadas, no será capaz de impedir una internacionalización del conflicto en medio de una gran confusión.

Es por lo tanto, en definitiva, una grave imprudencia dejar que se pudra un problema como el catalán cuando en la actualidad la gobernabilidad en el Estado es plena „existe una mayoría absoluta que gobierna„ y CiU mantiene en Cataluña la teórica hegemonía, aunque esté ya fuertemente condicionada por ERC. Con estas formaciones al frente de los dos términos del problema cabe imaginar una reflexión razonable y una serie de reformas controladas; pero si esos actores dan paso a minorías desagregadas, con menor experiencia de poder y con una visión imprecisa del interés general, este país correrá el riesgo de perderse por el sumidero de la historia.