Las movilizaciones que está viviendo Cataluña en los últimos años a favor del derecho a decidir, con un hito especial el pasado 11 de septiembre, está ocupando las páginas de la prensa internacional. Se trata de una movilización que, por su masividad y persistencia, tiene pocos precedentes. Y en el presente cuesta encontrar algo que se le parezca en algún otro lugar. Movilizaciones que han impresionado al mundo. Es un hecho, o más de uno, que puede gustar o puede enojar. Y, como decía en un artículo firmado con mis amigos Antoni Domènech y Gustavo Buster en la revista Sin Permiso (www.sinpermiso.info), quien niegue que es un hecho "necesita urgentemente un oculista o un otorrino, tal vez un psiquiatra".

Lo que ocurre en Cataluña tendrá muchas consecuencias, algunas que ni el más temerario amante de hacer predicciones puede ni tan solo intuir. También está causando una serie de debates, salidas de tono, agresividades orales (de momento orales), tonterías y ridiculeces. En definitiva, un conjunto de pensamientos (aunque llamar pensamientos a determinadas secreciones se trata más de un recurso fácil que de magnanimidad) de los que vale la pena hacer un brevísimo sumario. Y, sea dicho de pasada, que todo ello se prodigue a mansalva es producto de que estamos ante un acontecimiento, cuyo final aún es imposible de saber pero apasionante de vivir, en el que amigos y enemigos se ven obligados a opinar precisamente por la magnitud que ha alcanzado. Algunas muestras de este sumario:

· El régimen político de 1978 de la Segunda Restauración borbónica está en plena crisis gracias principalmente a la situación existente en Cataluña. Como es de todos conocido, esta restauración tuvo como uno de sus principales columnas la negación del derecho a la autodeterminación que había sido aceptado anteriormente por el PSOE y el PCE-PSUC. Personajes que hoy hablan de la imposibilidad del derecho a decidir de Cataluña, defendían durante el franquismo el derecho a la autodeterminación. Es trágico que el proceso iniciado en Cataluña no sea percibido como un factor central de crisis del régimen borbónico por algunos que se declaran republicanos en el resto del Reino de España. Trágico y, para qué negarlo, triste.

· La confusión sobre la independencia y el nacionalismo campa por las suyas. En algunos casos por pura ignorancia y en otros por muy, pero que muy mala fe. Puede constatarse, por escritos y declaraciones manifestadas y registradas de muy distintos personajes, que en Cataluña proclamarse independentista no significa necesariamente ser nacionalista, y que proclamarse nacionalista no equivale necesariamente a ser partidario de la independencia. Y, por supuesto, muchos de los que declaran enardecidamente su vocación de "supresión de fronteras" o de amantes del "internacionalismo", son tan nacionalistas como el que más si bien es fácil adivinar en este caso que de otra nación que la catalana. Porque para algunos poco amigos de mirar las cosas con voluntad de entenderlas parece ser que nacionalistas solamente los hay en lugares como, dentro del Reino de España, Cataluña, el País Vasco y Galicia. No en España.

· En determinada izquierda se ha evidenciado lo que podía entreverse con anterioridad, pero que no podía probarse. Ahora sí. Se trata de la defensa de un derecho, el de autodeterminación (o a decidir, para entendernos), para el que siempre, absolutamente siempre hay motivos para decretar que no "es el momento de ejercerlo". Afortunadamente, esta izquierda es grotescamente anecdótica en Cataluña. No en el resto del Reino de España.

· Cuando un movimiento como el que se ha desatado en Cataluña en los últimos años es tan masivo, forma parte de la normalidad que esté compuesto por clases sociales muy distintas y por muy diversas opciones políticas. No es homogeneidad lo que puede esperarse de unas movilizaciones por el derecho a decidir que está apoyado por el 70 u 80% de la población, según distintas encuestas.

· Los partidos políticos que han gobernado el Reino de España en las últimas décadas, PP y PSOE, han reaccionado como cabía esperar de unos firmes partidarios de una Constitución que dicta en su artículo 8: "Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional." Pero incluso dando por supuesto que su pretensión es que Cataluña siga formando parte del Reino de España, debe decirse que lo están haciendo muy torpemente. Declaraciones y actuaciones, sobre todo actuaciones, de dirigentes de ambos partidos (cuyas supuestas diferencias ya empiezan a ser imperceptibles no para personas más o menos radicalizadas sino para los ciudadanos y ciudadanas normalmente constituidos) más o menos extravagantes pero que todavía gesticulan y son escuchados por su pasado institucional, aportan muchísimo combustible constantemente a la caldera del derecho a decidir. Y a la independencia.

· Multitud de catástrofes se vaticinan para la población que vive y trabaja (si puede) en Cataluña si acaba decidiendo independizarse. Que si la UE la expulsaría de su seno, que si las empresas emigrarían, que si la miseria y el desastre inundarían esta tierra, que si una fractura de varias décadas, y un largo "que si". Poco más que literatura irrelevante. Lo expresaba bien Jordi Borja en un reciente artículo de Sin Permiso: "¿Sobre qué bases personalidades que pretenden situarse por encima del bien y del mal se atreven a anunciar que si el proceso destinado a ejercer el ´derecho a decidir´ (autodeterminación) continúa se creará una fractura que tardará 30 o 40 años en superarse? Si es una predicción es gratuita, si es una amenaza es repugnante y si se pretende provocar acciones que intenten generar fracturas en la sociedad es una maldad". Pero seguiremos escuchando y leyendo profecías catastróficas. Los hechos dirán.

* Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona y presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org)