Creo que fue la escritora palmesana Llucia Ramis la primera que se refirió a una generación Ikea para describir los nuevos hábitos de consumo de la clase media low cost. Sin ahorros y básicamente empobrecida, la generación Ikea simboliza la precariedad de nuestro tiempo, entre el cambio acelerado y la ausencia de vínculos estables. Sacrifica la planificación financiera a largo plazo (¿con qué dinero?) por un smartphone o una tablet; viste de marca, aunque sea a precio de outlet; piratea el ocio y la información a base de descargas online. El menú se sofistica a medida que se internacionaliza la carta „won ton y lumpiang, pesto rosso y coca de xeixa„ junto a los viajes Lonely Planet y los hoteles con encanto. La promiscuidad sexual conjuga la diversión con la caída demográfica. El entorno laboral se deteriora mientras se aplazan las servidumbres de la vida adulta. Los muebles de diseño escandinavo „Ikea style„ han logrado enlazar los pisos estudiantiles con la decoración de un loft. Las redes sociales amplían el impacto del networking „que exige ahora una conexión ininterrumpida„ a la vez que el factor coaching ayuda a navegar por las procelosas aguas de un mundo hostil a los valores de la estabilidad. Según cálculos bancarios, en el caso de la generación Ikea, la pobreza se sitúa a una distancia media de seis meses. Sin el apoyo de la familia, es probable que a menos. La nueva divisa son las startups, que suponen algo así como emigrar a la Argentina hace un siglo. Se emprende para vivir y para sobrevivir. Y casi siempre bajo la necesidad de llegar a fin de mes.

Si Ikea y Zara marcan tendencia, el nuevo ámbito laboral lo define la generación freelance cuya transversalidad resulta indudable. Hay elementos estructurales que trazan este camino: por ejemplo, la ilusión de los jóvenes, la dificultad de encontrar trabajos con un salario decente, el elevadísimo desempleo que afecta a ciertos grupos de edad o las ineficiencias empresariales que desaparecen recesión tras recesión, dejando tras de sí una tierra baldía. En este sentido, el autoempleo se convierte en una salida inevitable aunque sólo sea para completar „a tiempo parcial„ lo precario de las nóminas. Todos conocemos algún caso: la amiga que, después de trabajar veinte años en una televisión nacional, organiza cumpleaños infantiles; o el director de sucursal bancaria al que se le ha aplicado un ERE y ahora trabaja de comercial vendiendo fondos de inversión y planes de pensiones; o el periodista que se ha reciclado en forma de community manager. Cabe pensar que, en el futuro, el trabajador freelance supondrá una nueva normalidad donde coexistirán las empresas exitosas junto a una precariedad económica indudable. La carrera profesional „una de las escaleras habituales de la clase media„ será sustituida por la exigencia de la especialización, el automarketing y la reinvención adaptativa. No en vano, las habilidades de tipo social priman sobre otros conocimientos de corte más tradicional, de modo que el grosor de la agenda se sitúa por encima de la cultura. Siempre ha sido así, dirán los escépticos, y les acepto la réplica; pero no en lo que concierne a la profundidad de los cambios. La generación freelance va de la mano con la estética Ikea y ambas están llamadas a transformar la identidad social de nuestra época.