La activista Ada Colau ha dicho que convertirse en partido no encaja con el movimiento que lidera. Si no fuera porque es de sobra conocida, tendría que explicarles quién es Ada Colau, promotora de algunos de los escraches a los políticos por causa de los desahucios. Tampoco tengo que recordarles a estas alturas qué son los escraches; lo sabrán si han seguido la trayectoria de Colau, porque así es como ha crecido políticamente esta joven barcelonesa que cree en el fortalecimiento de la sociedad civil y en la muerte del bipartidismo. Como si la solución a los problemas fuese que, además de dos partidos predominantes, hubiera media docena de ellos más con posibilidades de gobernar y hacer exactamente lo mismo.

Evidentemente, la sociedad tiene que organizarse frente al poder, pero con ideas y algo de materia gris en el cerebro. No persiguiendo por las calles a los diputados y concejales como el hombre del frac a los acreedores. Tenemos que obligar a los representantes del pueblo soberano a visualizar el problema de otra manera distinta, no a empujones. Para ello es imprescindible que el sistema se dote de leyes eficaces contra la corrupción y lograr que, además de una responsabilidad subsidiaria, carguen también con las consecuencias políticas de sus hechos: dimisión, inhabilitación de cargo, etcétera.

El universo intransigente o rebelde de Ada Colau tiene fecha de caducidad, probablemente hasta donde le alcance el arrojo juvenil de sans culotte. Para llegar a la paranoia de Beppe Grillo tendría que haber empezado más tarde. Y es posible que no quiera sumarse al fracaso de los grillini; por algo asegura que no se plantea un partido. No sé si se puede llamar partido a Cinque Stelle pero sus miembros, nada más aterrizar en las instituciones italianas, han empezado a comportarse como si realmente pertenecieran a cualquiera de las organizaciones políticas de toda la vida. Entre las que puedan venir a reemplazar al bipartidismo, como reclama Ada Colau, se encontraría, por ejemplo, la que promueve Mario Conde.

Berlusconi vino a sustituir a la Italia bipartidista del PCI y la Democracia Cristiana. Nada mejoró con él, sino al contrario.