La capital del imperio no posee el fuelle suficiente para publicar ni un solo diario serio, lo cual obliga a revisar el fenómeno informativo. Si Washington no puede preservar al Washington Post en su accionariado tradicional de las familias Meyer y Graham, la conmoción mediática en curso alumbrará un panorama inesperado por imprevisible. En cuanto al comprador a título personal, Jeff Bezos, la sorpresa reside en el asombro que ha causado su figura. Obedece a la misma lógica que impelió a Joseph Pulitzer o a William Randolph Hearst a crear hace un siglo sus imperios mediáticos. Reinhard Mohn, el muy laureado creador del grupo Bertelsmann de Der Spiegel y otras publicaciones señeras, empezó con la venta a domicilio del Círculo de Lectores, antecedente pedestre de Amazon.

No se recuerdan conmociones ante el hecho de que el depredador bursátil y supermagnate Warren Buffett controlara desde tiempo ancestral los resortes del Post como asesor personal de la legendaria Katharine Graham. Los diarios, como los restantes bienes de consumo, son adquiridos por quienes disponen del dinero suficiente. No se ha producido una victoria de lo nuevo sobre lo viejo, sino viceversa. Un digerati o tirano de la cultura digital se refugia en una cabecera prehistórica, como ya hicieran sendos magnates rusos con la revista americana The New Republic o el diario londinense Evening Standard. Si se aventaba la estampa apocalíptica en que internet suplantaba a los medios tradicionales, no puede ser tan dramático que la red se esmere en preservarlos.

Gracias a Bezos, el Washington Post no es el Washington Lost. En cuanto a la aceptación por parte del magnate de los críticos códigos periodísticos, el Washington Post viene publicando artículos que censuran al comprador desde que se cerró la adquisición. Por ejemplo, la columna "Hablemos de Bezos y de los libreros" responsabilizaba el jueves a Amazon de la desaparición de las pequeñas librerías. Curiosamente, no abunda la prosa periodística en que se afee a las grandes superficies y almacenes la extinción del colmado de la esquina. Los dardos autoinfligidos no herirán la sensibilidad de un empresario que, en su almacén virtual, publica comentarios demoledores de los libros que vende a cargo de los lectores, y en la misma página que en principio debe seducir al comprador. Otra innovación universalmente imitada.

Se reprocha a Bezos el trato esclavista que dispensa a los trabajadores de sus centros de distribución, aunque sus naves de almacenamiento son recibidas con alborozo por las geografías deprimidas donde se ubican. La revista satírica The Onion ya ha publicado un fotomontaje en el que Bob Woodward, el periodista que desentrañó el Watergate junto a Carl Bernstein, aparece con casco y conduciendo una carretilla que recoge libros para su posterior envío. La caricatura sirve para recordar que ninguna empresa ofrece el servicio de Amazon, y este dato elemental no debiera ir ligado únicamente a las dimensiones del negocio. La teletienda digital se vuelca en el comprador, su manejo está al alcance incluso de un adulto y no comete errores. Por lo visto en la mayoría de comercios de los alrededores, son características difíciles de imitar.

El caudaloso Amazon arrastra al Washington Post. Cuarenta años después, el mayor difusor de cultura del planeta adquiere el único medio de comunicación que logró desbancar al hombre más poderoso del planeta, el presidente estadounidense. Richard Nixon esbozará una mueca sudorosa desde su tumba. La familia Graham y uno menos supone la claudicación de una forma de gestión que combinó la información de gran nivel y un funcionamiento basado en la confianza. Ben Bradlee, director del periódico durante el Watergate y autor de la mayor reforma de contenidos de la prensa contemporánea, jamás firmó un contrato ni papel alguno donde se estipularan sus condiciones laborales. Con despacho en la sede del periódico a sus 92 años, debe haber sufrido la mayor conmoción de su dilatada carrera.

Costará evitar el escándalo por la venta del Post de aquellas personas que no leían el periódico ni tenían intención de hacerlo. Los pronósticos sobre la gestión de Bezos carecen de significación, porque ni el comprador domina las claves de su futuro. La única predicción fiable por simplona es que el New York Times de la dinastía también judía de los Sulzberger será el próximo diario en caer en manos digitales. Internet tiene un problema con las marcas propias.