Los arquitectos suelen decir que las casas en ruina tienen miedo a caerse. Esto en realidad vale para todas las cosas, incluidas las empresas, los cuerpos y los regímenes políticos. Quizá sea excesivo decir que el régimen nacido hace más de un tercio de siglo se encuentra en ruina, pero al menos necesita una reforma a fondo, si no una completa reconstrucción. Sus administradores no parecen enterarse del estado de la casa. Los daños afectarían a la estructura institucional representativa, viciada por la partitocracia; al modelo territorial unitario, incapaz ya de soportar los esfuerzos de la tensión separatista, y a la coronación del edificio, que amenaza desprenderse. Derribar y construir de nuevo supondría un riesgo innecesario, pero no afrontar el problema, y pretender tapar grietas con una mano de pintura, es la mejor receta para que la ruina progrese y la casa amenace derrumbe.