Opinión | Al Azar
Matías Vallés
El menú de la cárcel
El que sabe, informa; el que no sabe, opina. Si los periodistas que se llaman escritores dejaran de colaborar en periódicos, mejorarían la calidad y la situación de la prensa. Tras la profesión de fe al único género periodístico posible, en los días recientes se ha multiplicado el bombardeo de noticias sobre los menús que los corruptos de Balears degustan en la cárcel. El contenido calórico de los desayunos y cenas en prisión de los políticos delincuentes se ha hecho más detallado que el parte meteorológico. Cuesta obtener esta información, que alimenta una corriente subterránea de simpatía hacia quienes han evolucionado de los restaurantes de tres tenedores, pagados por el contribuyente, al arroz blanco pagado por el mismo contribuyente.
Cada preso cuesta a diario más que un turista de cuatro estrellas, el mejor argumento para reducir la población carcelaria. Sin ánimo de corregir datos inviolables, se echa de menos una compensación que se centre en recabar el menú de alumnos que se han quedado sin becas del actual Govern, porque un ejecutivo del mismo partido robó el dinero en el caso Scala. O en calcular el recorte nutricional de los familiares de enfermos de Alzheimer desatendidos por el mismo Consell que malvendió Can Domenge, en ambos casos con mayoría del partido habitual en Balears. O en detallar el desayuno de las víctimas de listas de espera con riesgo para la vida que supone el mantenimiento de Son Espases, el mayor escándalo político de Balears.
En uno de los casos de corrupción del primer Govern Matas, se falsificó descaradamente una entrevista a los aspirantes a un puesto en la administración, para que ganara la digitada. Cuando informé sobre el particular, recibí sañudos comentarios sobre un presunto exceso en la crítica a la favorecida. Nadie se preocupó por los siete aspirantes que habían preparado con esmero el examen creyendo en la meritocracia, sin saber que estaban descartados de antemano y que eran figurantes de una farsa. Siempre la maldita parábola del hijo pródigo, esa oda evangélica al nepotismo.
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